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Refranes para una cuarentena feliz
Cuando la montaña viene a ti –me dijo-  corre, marica, que es un derrumbe.
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Lunes, 23 de Marzo de 2020

-Estoy que tiro la toalla –me dijo ayer un amigo, cuando lo llamé para preguntarle cómo le iba con el confinamiento, y empezó con un rosario de lamentos, que casi me parten el alma, a mí, que soy tan flojo en cuestiones de lagrimeos y otras cuestiones. Para darle ánimo, le dije que esto pronto pasaría:

-No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, además, Dios aprieta, pero no ahorca.

Noté que no le había caído muy bien mi respuesta, porque de inmediato me contestó con otro dicho, un poco grosero: Las esperanzas mantienen al que es pendejo.

Tú, tranquis, le dije, robándoles la expresión a mis hijos, y añadí: LA fe mueve montañas. Y cuando Mahoma no va a la montaña, la montaña viene a Mahoma.

-Cuando la montaña viene a ti –me dijo-  corre, marica, que es un derrumbe.

-Sin groserías –le contesté-.  Usted puede ser feo, viejo y barrigón, pero no grosero. 

La verdad, yo ya empezaba a ponerme molesto con mi amigo por su pesimismo. Entonces se me vino con una grande: Grosero el burro que no se pone calzones.

-Mire, ¿sabe qué? Dejemos así –le dije-. Hasta pronto. Chao, el amigo.

-Amigo el ratón del queso- insistió el tipo. 

El man está vivo y quiere furrusca, pensé yo. Entonces fui tajante: “Nos hablamos después de que pase todo este miercolero, ahora estoy ocupado.” Y le colgué.

Marcó dos o tres veces más, hasta que me tocó contestarle. Se me vino blandito el hombre, me pidió perdón y me dijo que se sentía muy mal porque la mujer lo había dejado, que yo era su amigo y que no lo abandonara en esta situa tan difícil.

-Está bien –le dije-. Lo primero que debe hacer es dejar de ser tan negativo. Búsquele la comba al palo, y verá que le encuentra el lado amable a este encerramiento que todos estamos padeciendo.

-El palo no está para cucharas, rezongó- Y acuérdese que mal de muchos consuelo de tontos.   

Como vi que había vuelto a lo mismo, “Otra vez el burro a la huerta”, le volví a colgar y apagué el aparato, lanzando un suspiro de satisfacción. Le conté a mi mujer lo que me acababa de pasar y me regañó:

-Eso le pasa por ser lambón. ¿Qué necesidad tiene de velar por la vida de sus amigos? Dedíquese a lo suyo, y si no tiene nada qué hacer, riegue las matas, recoja la caca del perro y lave los platos. 

Como sé que “las órdenes se cumplen o la milicia se acaba”, me dispuse a ponerme el delantal, cuando alguien tocó a la puerta:

-¿Quién es? –pregunté, con la piedra afuera.

-La vieja Inés –me contestó una voz femenina, de dulce acento. Abrí de inmediato. En efecto, era una morena, con una ponchera llena de frutas en la cabeza, al estilo cartagenero, y una sonrisa mamadora de gallo, al estilo cucuteño. 

-¿Qué quiere? –le dije.

-Uy, pero mérmele, mijo –me contestó.- ¿Se levantó esta mañana con el pie izquierdo? ¿O no lo dejó dormir la bruja?

Tuve ganas de revirarle duro, para que no ofendiera a mi mujer, que es la única bruja, perdón, la única persona con quien duermo, pero su sonrisa diáfana y atractiva, me contuvo.

-Lo que pasa es que acabo de hablar con un supuesto amigo, que me sacó la chispa.

-No se amargue la vida. Al mal tiempo, buena cara. Aquí le traigo piña para la niña, mora para la señora y  borojó para que usted aguante la cuarentena.

-Pero con el borojó no le sale la rima –le dije.

-Pero es cierto- respondió- Es la fruta que más he vendido estos días de encerramiento. Y si quiere le doy la receta: Échele vino sansón,  kola granulada y huevos de codorniz, y verá usted cómo se le junta el cielo con la tierra.

-¿Seguro? –le dije a media voz, para que no me conociera la ansiedad.

-Más seguro que el desayuno de mañana-, contestó, segura de que había dado en el clavo.

Le compré toda la poncherada, mientras pensaba que “no hay mal que por bien no venga”. Me entré a compartirle a mi mujer la nueva receta, pero me dejó blanco como la pared, cuando me contestó:  “A otro perro con ese hueso”.

gusgomar@hotmail.com

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