Hace un año mi mamá se fue a vivir al cielo, después de 95 años de haber luchado en la tierra. En esta ausencia he tenido oportunidad de recordar, paso a paso, imagen tras imagen, todo lo que significó su largo vivir.
Como ya lo he dicho en otras oportunidades, mi mamá fue la primera maestra que yo tuve. Sin ir yo a la escuela, aprendí a su lado a escribir, a leer y a sumar. Pero más que eso aprendí de ella grandes valores: la fe en Dios, la constancia en el trabajo y la dedicación al hogar. Todos los días mi mamá me llevaba a la iglesia a acompañarla en las visitas que ella le hacía al santísimo. A su lado aprendí a rezar novenas, a rezar el rosario y a leer vidas de santos.
Aún no me explico de donde mi mamá aprendió la devoción por algunos santos desconocidos en ese entonces, como Santa Teresita del Niño Jesús, San Antonio María Claret, que apenas era un beato, Santa Eduviges, San Judas Tadeo, pero en especial, a la virgen del Carmen y al Sagrado Corazón de Jesús.
En el mes de mayo, la virgen de Fátima era llevada de casa en casa, día por día, por las familias del pueblo. Recuerdo que mi mamá, cuando nos tocaba la visita de la virgen, arreglaba la casa con banderas blancas y azules y bombas de colores y un altar grande en la mitad de la sala para hospedar a la virgen un día y una noche.
El día de mi primera comunión, que fue un 21 de junio, día de San Luis Gonzaga, ella tiró por la ventana todos sus ahorros y energías para comprar mi vestido blanco y para el desayuno de la familia y la maestra y el cura.
Mi papá le ayudaba, pero era ella la que llevaba la voz cantante en la casa. Ella manejaba el marranito, pagaba el arriendo y hacia las compras del día. Mi papá le entregaba lo poco que ganaba y ella hacía de gerente, de tesorera y de ejecutiva.
También he dicho que mi afición por la literatura y en especial por la poesía, fue obra de mi mamá porque, estando yo en el internado, ella me enviaba recortes de periódicos y de revistas con poesías publicadas. El primer libro de poemas que yo leí, lo encontré en un manojo de versos de julio Flórez, en el baúl verde donde mi mamá guardaba las cosas de valor. Alguna vez me dio por escribir una novela y fue ella la primera que leyó esos borradores. Los manuscritos se me perdieron y mucho tiempo después los encontré en el mismo baúl verde. Hoy, un año después de su partida, le doy gracias Dios por haber tenido una madre tan especial. Sé que desde el cielo me acompaña y me corrige y me amenaza con su correa, tal como lo hacía en vida cada vez que yo metía la pata. Ahora que ando en busca de mejor salud, siento su presencia a mi lado.