En esta época de grados, es bueno recordar a los que se graduaron ayer, hace un jurgo de años. Eran jóvenes alegres, soñadores, echados pa’lante, a quienes les cabía el mundo en una mano. Hoy son viejos calvos, arrugados, chuchumecos algunos, profesionales en ejercicio unos pocos, y otros, retirados a sus cuarteles de invierno.
Recordar aquellas épocas de estudiantes se convierte en su actividad principal: las novias, los profesores, sus pilatunas, y hasta las metidas de pata, pero también sus logros, sus reconocimientos y las medallas que les colgaron.
La situación es casi siempre la misma, pero hoy quiero recordar con cariño a los que se graduaron en la Escuela Normal Piloto de Convención, en 1957, es decir, hace apenas la pendejadita de sesenta años. Hoy ellos viven de recuerdos, de nostalgias y de su pensión de jubilación.
Yo también estudié allá, años después, y recuerdo que una de mis entretenciones favoritas era irme a la biblioteca a mirar los mosaicos de graduados, pero el que más me llamaba la atención era el de 1957, porque allí estaba mi paisano Rito Aurelio Ramírez León (nacido en Gramalote, pero criado en Las Mercedes), primer normalista que hubo del pueblo y quien señaló el camino para que otros muchachos siguiéramos su ejemplo.
Como la Normal era rural, Rito aprendió a capar marranos y a ponerle inyecciones al ganado. De modo que cuando lo nombraron maestro en Las Mercedes aplicaba sus conocimientos de zootecnia con los humanos, que se arriesgaban a ponerle las nalgas para que los ampolletara. Y algo más: rajaba los muertos matados para hacerles la autopsia y no le temblaban las manos para rajar, examinar y volver a coser, como un avezado médico legista.
En el mismo mosaico, muy tieso y muy majo, estaba Pedro Antonio Carrillo, quien después fue nuestro profesor de música y canto. Con su trompeta y su guitarra hacía las delicias de toda fiesta en Convención, y cuentan sus compañeros que se volaba del internado a dar serenatas.
Adonías Quintero Solano, quien después se volvió político, de los buenos, pero que ya echaba discursos en las izadas de bandera.
De Édgard Angarita Lemus dicen que era el chacho de la película, por su pinta y su peinado, que atraía a las muchachas, que se lo peleaban. Hoy, calvo y regordete, recuerda con nostalgia aquellos años de conquistador empedernido.
Son muchos los graduados aquel 17 de noviembre de 1957, en el teatro Cataluña de Convención, y reseñarlos a todos me es imposible por falta de espacio. Nombraré a José del Carmen Mojica, Jorge Barriga y Rafael Jaimes, pero tampoco puedo olvidar a los que ya se fueron y que desde el cielo siguen acompañando a sus compañeros de promoción: Ángel Nemesio Lázaro y Jorge Bayona.
Mención especial merece mi gran amigo Álvaro Sánchez Martínez, de quien se cuentan anécdotas al por mayor, por su ingenio, sus picardías y su facilidad para mamarle gallo al establecimiento. Dicen que Álvaro hacía lo que fuera para conseguir los cuestionarios de los exámenes. Que se volaba, de día y de noche, para ir a visitar a su novia, que después fue su esposa, Álix Carrascal (q.e.p.d.). Que se las daba de electricista para entrar y salir a su antojo por todas las dependencias de la Normal. Y que, una vez, sabedor de que en Junta de profesores se estudiaba su no santo comportamiento, quiso escuchar lo que allí se diría en su contra. Con alicates, destornillador y unos alambres se subió al cielo raso, buscó el sitio de la reunión y allí se dispuso a escuchar, con tan mala suerte que el cielo raso cedió y Álvaro vino a caer en medio de la Junta. Pero la excusa era perfecta: estaba haciendo unos arreglos de electricidad antes de que se presentara algún incendio. No sólo se salvó, sino que le dieron las gracias.
Yo no sé si será verdad lo que se dice de Álvaro Sánchez, pero lo cierto es que dejó historia. Después lo conocí de profesor en la Normal Superior de Ocaña. Era un profesor serio y exigente a quien ningún alumno podía meterle los dedos en la boca. Claro, él se las sabía todas.
Mañana se reúnen los de esta promoción en el Club del Comercio de Cúcuta. El brindis será con aguamiel porque ya casi ninguno puede tomar trago. ¡Qué vaina llegar a viejos!