
Las entradas para la presentación de Samantha Harvey en la sede portuaria de la neoyorquina librería McNally Jackson se evaporaron en minutos y la lista de espera en la que estábamos todos los que no llegamos a tiempo a la repartición era tan kilométrica como la distancia a la que gravitan los personajes de su laureada novela “Orbital”, la más reciente ganadora del flamante Premio Booker. Un galardón del que también disfruta su editorial Anagrama, quien gracias al buen olfato de sus ojeadores celebra por segundo año consecutivo tras haberse llevado a casa en 2024 el Premio Booker Internacional con “Kairós” de Jenny Erpenbeck. Sólo les falta concatenar este año el Nobel de Literatura para Michel Houellebecq y estarán ante su temporada más gloriosa de la última década.
De “Orbital” lo primero que puede decirse, y que sobre todo debe aclararse para tranquilizar en particular a los escépticos de las epopeyas espaciales, es que, aunque la aventura transcurre fuera de nuestra atmósfera no hay nada extraterrestre en ella. Todo lo contrario, estamos ante un viaje sencillo a velocidad de crucero por la cotidianidad de los tripulantes de la Estación Espacial Internacional mientras divagan por entre las distintas órbitas que segmentan el planeta. Para los que están esperando una travesía épica tipo “Guía del Autoestopista Galáctico” o “Dune”, lamento bajarlos de la Luna, pues aquí no pasa nada parecido… De hecho, no pasa nada en absoluto y eso es quizás lo más interesante de este relato.
Para una historia que transcurre más allá de la última frontera, curiosamente el éxito de Harvey ha estado en mirar hacia adentro, hacia los sentimientos y pensamientos de sus protagonistas. Astronautas de distintas nacionalidades con motivaciones divergentes que dejan a un lado las diferencias culturales y geográficas para sobrevivir juntos no sólo a los estragos corporales de la ingravidez sino también a sus dramas personales. Aunque un poco rosa para algunos y tal vez demasiado políticamente correcta para otros, “Orbital” no necesita ahondar en el conflicto para triunfar, sino dejarse llevar por el silencio y la introspección que sólo la inmensidad del cosmos puede otorgar.
Así, el lector se encontrará rodeado por múltiples reflexiones que van desde la fragilidad del cuerpo de los pasajeros que desafían la hostilidad de un hábitat donde no se supone que los humanos deberían existir hasta el congelamiento del tiempo terráqueo cuando se está dando vueltas entre satélites o la pequeñez infinita de la raza humana y sus problemas ante la magnitud de lo desconocido y sus misterios milenarios. La habilidad de Harvey para ingeniarse analogías contundentes que te dejan cavilando a partir de elementos banales que se antojan grandemente irrelevantes evoca a los mejores extractos de Han Kang en “Blanco” y te obligan a marcar la página de cualquier forma antes de que se te refunda y no la puedas volver a encontrar.
Una novela corta y lenta, que casi parece flotar entre tus dedos y que al final te deja con el sabor de nuestra propia insignificancia en la punta de los labios. Eso es “Orbital”.
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