Sucedió en diciembre de 2010, cuando comenzaba la novena de aguinaldos. La tragedia, que fue noticia en el mundo entero, empezó el 17, cuando ya se cantaba el Antón tiruliruliru y el Burrito sabanero. Los gramaloteros acostumbran celebrar con bombos y platillos, y tiples y bandolas, y desfiles y disfraces, la novena de aguinaldos. Cada día, una vereda diferente se encarga de organizar el respectivo festejo, con misa, rosario, novena, comparsas, pólvora y música, mostrando, además, los productos de cada sector. Esa tarde se realizó el desfile del chocheco, un típico plátano sabroso, que se da en la región.
A la misma hora algunos pobladores comenzaron a escuchar ruidos extraños que provenían como del fondo de la tierra. Cuentan que por momentos se escuchaba el ruido de alguna corriente de agua, sin que se supiera su origen exacto, pero las fiestas comenzaban y no era el momento para detenerse en ruidos, por extraños que fueran.
Simultáneamente en algunas edificaciones se descubrieron grietas. Las Paredes del convento de las Hermanas Clarisas mostraban raras inclinaciones, y alguien dijo que las calles se estaban abriendo.
Ese día comenzó la tragedia. Un cerro cercano al casco urbano empezó a desprenderse a la vista de todos, como en cámara lenta. Y fue, entonces, cuando se vinieron al suelo las primeras casas. De ahí en adelante todo fue caos, confusión, carreras y un “sálvese quien pueda”. Nadie sabía exactamente qué hacer, ni en dónde podría ser el sitio seguro. Alguien dijo que se refugiaran en la iglesia, peor el párroco los detuvo porque una de las torres había empezado a desprenderse. La campana mayor dejó escuchar su lánguido sonido mientras lentamente iba cayendo del campanario hacia el abismo.
Gramalote, uno de los pueblos insignias de Norte de Santander, quedó destruido en su casi totalidad, afortunadamente sin víctimas humanas, pero con grandes pérdidas materiales. Nadie lo podía creer. Ese año Gramalote vivió una amarga navidad.
Han pasado ya doce años desde aquel lamentable episodio, pero la verraquera de sus habitantes, de la mano de las autoridades en sus diversas instancias (municipal, departamental y nacional) hicieron posible el traslado y reconstrucción del pueblo en un sitio cercano.
Hoy es un hermoso y moderno poblado, semejante a los parajes de la Mancha, en España, donde don Quijote, montado en Rocinante, se enfrentaba a los molinos de viento. Porque en este nuevo Gramalote, acabadito de nacer, también hay molinos de viento, modernos y de colores, que se mueven al vaivén de la brisa, que aquí corre juguetona, transparente e incontaminada, por las calles anchas y casi que sin estrenar.
El paisaje, la moderna arquitectura, las casas de teja, el sol de la tarde jugando en las montañas, la neblina de los amaneceres y, sobre todo, la amabilidad de sus gentes y la tranquilidad que les rebosa el alma, cautivan por entero al que visita al nuevo Gramalote.
La raza gramalotera es admirable. Los gramaloteros no se detienen en el pasado a llorar sus desgracias, sino que avanzan con la seguridad de que el futuro les pertenece. Los gramaloteros están regados por todo el mundo, pero desde donde se encuentren, se mantienen unidos en la fe y en el amor por su terruño.
Para celebrar el resurgimiento del nuevo Gramalote, la Academia de Historia de Norte de Santander, la Fundación Cultural El Cinco a las 5 y el Movimiento Cultural El Zaguán, han organizado una conferencia (“¿Por qué se cayó Gramalote?”) y un recital, el lunes 12 de diciembre en la biblioteca Julio Pérez Ferrero, a las 5 p.m. Allá nos vemos.
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