Me escribe una amiga por whatsApp para preguntarme yo qué prefiero si el polvo o la ceniza. Se refiere a la ceremonia de ayer miércoles, en que los católicos acudimos a la iglesia a que nos impongan la ceniza, pero hace relación también con el carnaval de Barranquilla, donde echan polvos en cantidades: polvo de maizena, de harina pan y de otros.
Le contesto que yo, como católico, apostólico y romano, amigo y seguidor de Francisco, no me pierdo miércoles de ceniza, y desde que tengo uso de razón siempre un cura me ha impuesto la cruz cenicienta. A veces me la hacen torcida, pero mi mujer me la arregla, con ceniza que saca del fogón, porque no es conveniente salir a la calle con una cruz hecha flecos a causa de las arrugas de la frente, donde no se sabe si el Inri está arriba o fue a parar al lado izquierdo, siendo que a mí me gusta más la derecha.
De modo que prefiero irme a la iglesia, que largarme a la bullanguera Barranquilla, en primer lugar porque los pasajes están por las nubes y el mínimo no alcanza para ciertos placeres; en segundo lugar, porque el médico me prohibió rotundamente el trago, y no es justo que los demás jarten y uno pasando saliva; en tercer lugar, porque soy enemigo de las aglomeraciones, donde el sudor y las marimondas y tanto polvo causan estragos, y finalmente, porque uno ya no está para esos trotes.
Así se lo dije a mi amiga, y al devolverle la pregunta, me confesó que como ella no era católica, prefería el polvo a la ceniza. Cuestión de credos.
Sin embargo, me quedan algunas dudas, que hoy comparto con ustedes, mis sufridos lectores:
La fórmula ritual de la iglesia decía, antes del concilio vaticano II: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”, advertencia que el cura debía recitarle al penitente en el momento de trazarle la cruz, el día del inicio de la cuaresma. Si el recorderis era sobre el polvo, ¿por qué la cruz que aplican era y es de ceniza?
Polvo y ceniza no son la misma cosa. El polvo es una sustancia blanca, liviana y transparente, que la señora alborota en la casa cuando barre o cuando sacude los muebles, o el que levantan los carros cuando la calle no está pavimentada, o, como decíamos, cuando la gente se alborota a echar harina en los carnavales, o el que a veces les echan a los cumpleañeros en la cabeza junto con huevo crudo. Podrá haber otra clase polvos, pero no son de mi incumbencia en este momento.
En cambio, la ceniza es una sustancia más espesa, de color gris oscuro, que sale de los volcanes cuando estallan, o de los fogones de leña, como el que saca la vecina a la calle, los domingos, para hacer el mute en presencia de los transeúntes y abrirles el apeto.
Dios no hizo al hombre de polvo ni de ceniza. Lo hizo de barro, que es otra cosa. Siendo así el asunto, pienso que tenía razón el cura costeño cuando un miércoles de ceniza resultó diciéndoles a los penitentes: “Ajá, acuérdate que eres barro, viejo man”.