De acuerdo con una de las lecturas que he retomado estas semanas bajo la nostalgia de la profundidad filosófica, el siempre confiable Platón, en uno de sus diálogos recién iniciando la obra en el pasaje de la apología a Sócrates, lanzó una pregunta que aún hoy a mi consideración nos es muy útil: “Callias, si tuvieses por hijos dos potros o dos terneros, ¿no buscarías al mejor hombre entendido, al que pudieras pagar bien, para que los formara y les diera todas las cualidades que deben tener? Y puesto que tienes hijos hombres, ¿qué maestro les darás?”
El planteamiento es brutal en su sencillez y de un alcance inigualable: si para un caballo o un novillo buscaríamos al mejor cuidador, ¿por qué para los hijos, el bien más valioso de nuestra vida, nos conformamos con improvisación, con entretenimiento disfrazado de formación o con la idea cómoda de que cualquier pantalla sustituye a un verdadero maestro?
En pleno siglo XXI, la paradoja se repite bajo nuevas formas. Llenamos a nuestros hijos de aplicaciones educativas, cursos exprés, talleres de moda y tutoriales sin sentido. Les ofrecemos horas frente a dispositivos que prometen “habilidades digitales”, “hablar inglés en un instante y sin esfuerzo” o “libertad financiera en una isla paradisiaca”, pero que en realidad terminan siendo por su puesto colecciones de frases vacías, animaciones coloridas y premios virtuales que anestesian la curiosidad en lugar de cultivarla. Confundimos sin pensarlo demasiado el “clic” con el conocimiento y un “like” con el aprendizaje.
Lo anterior sin dejar de lado que llenos de orgullo nos olvidamos de si tenemos Netflix, HBO, Disney+ y Prime o son más, ya que con un solo catalogo de mas de 5.000 documentales, podríamos sentir que nos falta alguno, justo ese que no aparece en las 4 antes mencionadas Streamapps*.
El mercado de la educación digital, como todo lo que el algoritmo toca, se ha convertido en un océano de ofertas donde lo superficial reina. No son pocos los padres que creen estar invirtiendo en el futuro de sus hijos al pagar plataformas que garantizan fluidez en tres idiomas en seis meses o cursos de emprendimiento para niños y adultos que apenas saben dividir. Pero lo que obtenemos, muchas veces como resultado, es frustración, dispersión y un consumo enfermizo de pantallas que nada tiene que ver con la sabiduría y que mucho dista del éxito, que es la palabra que mas te venden en la plataforma comercial más grande del planeta, cada scroll que te hipnotiza en el metro, en el bus, en la cancha, e inclusive mientras “ves” televisión.
Platón advertía en sus palabras por el año 340 a. C, que la formación de un hijo requiere un guía, alguien capaz de modelar virtudes, no solo de transmitir datos. Hoy rebosados de tecnología y confundidos entre tanta fuente de conocimiento y de experiencias, en lugar de ese maestro, hemos delegado la tarea en los caprichos de la tecnología. Y lo más preocupante: creemos que la multiplicación de cursos equivale a educación de calidad. Mi sentencia es muy sencilla y sin temor a equivocación denuncio: “Nada más lejos de la realidad”.
La pregunta que me queda de fondo ante esta incertidumbre sigue siendo la misma que en tiempos de Atenas: ¿qué maestros hemos decidido darles a nuestros hijos? ¿Les damos referentes humanos de ética, carácter y disciplina, o les entregamos el futuro a un carrusel de aplicaciones de pago mensual?
El reloj sigue marchando. Y quizá esta generación de padres deba detenerse un momento a pensar: ¿queremos criar potros y terneros con el mejor cuidador, o hijos que crezcan en medio de luces y sonidos sin sustancia, creyendo que aprender es acumular diplomas digitales que se esfuman con un clic?
* Streamapps es un término general que se refiere a aplicaciones de transmisión (streaming), como las que permiten ver video en vivo, descargar contenido para ver sin conexión o participar en videollamadas
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