En la perspectiva Petro, las relaciones exteriores se fundamentarán en la soberanía nacional, el respeto a la autodeterminación de los pueblos, el reconocimiento del derecho internacional, y la integración latinoamericana.
Desde luego, cambiarán las relaciones con Estados Unidos, que después de la Segunda Guerra Mundial aceleró su interpretación de América Latina como su ‘patio trasero’ para explotarla hasta la saciedad y dominarla en sus relaciones económicas y políticas. La última prueba fue la IX Cumbre de las Américas, celebrada hace un mes, que fracasó porque nueve jefes de Estado no asistieron dado el carácter impositivo de Estados Unidos, que excluyó a Cuba, Nicaragua y Venezuela, e impuso una agenda sobre las migraciones, haciéndoles firmar a los países asistentes una declaración para contenerlas.
Según las circunstancias, Washington nos hace sentir como colonia. Duque, sin dignidad nacional, dijo en Cartagena que ‘nuestra independencia se la debemos a los padres fundadores de Estados Unidos’. Ese atentado a la historia se une al penoso episodio de febrero de 2019, cuando le daba a Maduro pocos días. Quien lo creyera, Estados Unidos y Venezuela negocian actualmente sobre petróleo.
El ideal es que Estados Unidos no interfiera apostándole al fracaso del gobierno Petro, a través del FMI, el Banco Mundial y los mercados, como lo ha hecho con otros países que han girado a la izquierda. Ello dependerá también de la política exterior de Petro. El punto inicial supone entender qué les interesa a los norteamericanos, y qué le conviene a Colombia.
En su discurso del 19 de junio, Petro explicó el Pacto por la Vida, pero no pronunció palabra sobre el narcotráfico, no obstante ser el mayor combustible de la violencia en Colombia y, sin duda, tema crucial en las relaciones con Estados Unidos. Al mencionar este país, explicó la eliminación progresiva de la economía extractivista, en alusión al petróleo y otros minerales, dado el incuestionable deterioro ambiental, resaltando la absorción de gases por la selva amazónica, e insinuando una compensación del mundo industrializado. El punto, aunque válido, no es suficiente, por cuanto a Estados Unidos le interesa trabajar bilateralmente otros temas, comenzando por el narcotráfico.
En los intereses colombianos también estarán la revisión del Tratado de Libre Comercio, dado el inmenso daño causado, sobre todo en materia agropecuaria; y el apoyo al proceso de Paz con las Farc, y al que eventualmente se firme con el Eln, que los estadounidenses aceptarán porque significa erradicar otra guerrilla marxista del hemisferio. Hay que entenderse con Biden, pues otra será la visión de los republicanos si regresan al poder.
Washington se centrará en el narcotráfico, pero habrá que hacerle ver que la política antidrogas de las últimas décadas ha sido un total fracaso, tanto para combatir la producción en nuestro país, como para controlar el consumo en Estados Unidos. El valor de las drogas ilícitas a nivel mundial, en precios de menudeo, llegaba a 352 mil millones de dólares en 2015. En relación con la cocaína, que coloca a Colombia como primer productor mundial, Estados Unidos representa el 47% del mercado global minorista, seguido por Europa con el 39%. Pero en términos del dinero generado, según la OEA, sólo el 1% se queda en los países productores, mientras que los vendedores minoristas de los países consumidores reciben el 65% de los dividendos. Esta relación hay que resaltarla, pues a Colombia se la ha estigmatizado siempre, no obstante poner miles de muertos.
Petro le haría inmenso bien al país si logra convencer a los norteamericanos de un giro radical en la política antidrogas, de igual a igual, que implique combatir efectivamente la producción y el consumo. Ante semejante compromiso de su gobierno, que beneficiaría a Estados Unidos, que le permitan avanzar en sus reformas socioeconómicas, ajustar el tratado comercial, recibir apoyo para los procesos de paz, y soltarle al mundo su visión ambiental de eliminar gradualmente la economía extractivista.