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Pesebres en movimiento
Pero antes que el profe Veloza, los arrieros, que también eran músicos y compositores, llevaban las mulas y la carranga de posada en posada, de camino en camino, de pueblo en pueblo.
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Martes, 21 de Diciembre de 2021

Me llamó mucho la atención el día que lo vi. Primero porque se llama Pesebre carranguero, y yo soy hincha furibundo de la música carranguera, mucho antes de que el maestro Jorge Veloza sacara este ritmo del campo y lo llevara a la ciudad. Veloza se encargó de que la carranga saliera de los bailaderos de pueblo y se bailara en clubes de la alta, lo que llaman “la jay”. Veloza la sacó de las veredas y villorios y la puso a andar por toda Colombia y por el mundo entero. Veloza le dio carta de naturalización colombiana a la carranga, que se vistió de gala, al lado del bambuco y el vallenato. El profe la hizo música comercial y ahora los conjuntos carrangueros cobran igual que cobraba la Billos y más que los Melódicos, aunque no tanto como Diomedes. 

Pero antes que el profe Veloza, los arrieros, que también eran músicos y compositores, llevaban las mulas y la carranga de posada en posada, de camino en camino, de pueblo en pueblo. Y yo, descendiente de arrieros, llevo desde la cuna, veneración por todo lo que huela a carranga.

En segundo lugar, este “pesebre carranguero” revivió en mí los años de mi niñez cuando conocí los primeros pesebres de Las Mercedes. Eran grandes, tan grandes que ocupaban más de media sala donde doña Rita Ortega de Morales, doña Santos de Peñaranda, doña María Gricelia de Morales, doña Lucrecia de Ordóñez, y otras familias. Pesebres de verdad, y no como las migajas que ahora en tiempos modernos acomodan en cualquier rincón de la casa. 

Pero entre todos los pesebres de mi infancia, recuerdo especialmente el que hacía en la iglesia el cantor, sacristán, campanero y asesor de curas, Serafín Bonilla, un hombre bueno, en todo el sentido de la palabra. Nunca supe de dónde había llegado este cantor de misas y músico de armonio, pero en ese entonces, la parroquia de Las Mercedes pertenecía a la diócesis de Santa Marta.   

Pues bien. Serafín Bonilla era también un artesano y cada día de la novena de aguinaldos montaba un pasaje bíblico de la vida de María y José en Nazareth, con imágenes de los santos, que tenían brazos flexibles de madera. Pero lo admirable era que les ponía movimiento, cuando ni siquiera había luz eléctrica en el pueblo. Tras un telón, Serafín movía un pedal y, mediante intrincados cruces de cables y poleas, el brazo de María planchaba las camisitas del Niño, mientras José tiraba serrucho en su banco de carpintería. Otras veces, María tejía en una rueca de totumita el hilo para remendar las camisas de José, y por una delgada e invisible cuerda, palomitas blancas le traían algodón en sus picos. Cada día una figura y un movimiento distintos. A Serafín no lo veíamos, sólo veíamos las imágenes en movimiento. María un día cocinaba, otro día barría los churcos y virutas que el carpintero dejaba, otro día cambiaba pañales… 

Todo esto lo recordé la noche que fui a visitar el pesebre que Pablo Atuesta, mecánico de oficio y músico de afición, montó en un parque cucuteño, hace algunos años, en el que la figura central, al lado del Nacimiento, eran los muñecos carrangueros, que se movían y tocaban su instrumentos de cartón, mientras por un parlante camuflado tras la burrita, sonaba auténtica música carranguera. Todo allí se movía: Los pastores, los reyes, las ovejitas, los ángeles, la burra, el buey… Y el Niño sonreía. 

Pero Atuesta utilizaba energía eléctrica. En cambio, Serafín, el cantor de Las Mercedes, sólo imaginación, alambres y poleas. ¡Aquellos diciembres que nunca volverán!

gusgomar@hotmail.com

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