Cuentan las noticias que en la autopista internacional a Venezuela, las autoridades van a implementar un vehículo que controle la velocidad de los otros vehículos. Que los asuste y les ponga comparendos y les saque multas a los que corren más de la cuenta por aquella vía.
Es decir, lo que no pudieron hacer los agentes de tránsito o de policía o fiscales como los llamaban el otro día, ahora se lo entregan a una máquina. Faltará ver si la cosa funciona, porque la verdad es que a los borrachitos y a los amantes de la velocidad, nada ni nadie los detiene.
Causan accidentes y salen corriendo, atropellan gente y no dan la cara. Y si algún policía los agarra, ya se sabe cuál es su alegato: “¿Usted no sabe quién soy yo?”.
Cuando la gente se movía a caballo, no había accidentes. El jinete recogía las riendas del animal, y este dócilmente frenaba con chirrido de patas y vibración de herraduras.
Pero llegaron los carros y empezó Cristo a padecer. No Cristo, el ministro, sino Cristo el de verdad pa´Dios.
El culpable fue Enrique Raffo, italiano radicado en esta ciudad, quien fue el primero que trajo un carro desde las Europas. Lo trajo desarmado y, con ayuda de mecánicos, vecinos e ingenieros, logró armarlo y ponerlo a andar, después de varios meses.
Raffo se dio cuenta de que había metido la pata al traer semejante avance de la ciencia y la tecnología a un pueblo de mulas, caballos y burros. Dicen las crónicas de entonces, que “la novelería fue grande: los muchachos corrían detrás del automóvil, las muchachas pedían la colita, los grandes echaban dedo y los gamines se trepaban sobre la defensa trasera. Los madrazos eran en italiano y las viejas se hacían la cruz”. Era un solo carro, un Ford, pero el desorden era grande. Corría, como el carro, el año 1912.
Para corregir el error y para evitar accidentes, don Enrique organizó su empresa transportadora, con solo un taxi, y dictó su propio reglamento para los usuarios. Las normas decían:
La empresa Automóvil San Rafael se permite informar a los usuarios:
1.- El automóvil prestará sus servicios desde la calle 11 hasta San Rafael, por la avenida 4, y viceversa.
2.- Se prohíbe hablar con el conductor mientras el automóvil esté en marcha.
3.- Las familias tendrán preferencia sobre los que viajan solos.
4.- El valor del pasaje es de cincuenta centavos por persona.
5.- Los niños pagarán pasaje completo.
6.- De noche la tarifa es convencional.
7.- Una sola persona puede comprometer todos los puestos.
8.- El conductor queda en libertad de no admitir pasajeros cuando lo crea oportuno
9.- Los billetes son personales.
Enrique Raffo, gerente y conductor.
A partir de 1914, otros comerciantes cucuteños importaron también vehículos y la ciudad empezó a llenarse de carros, con lo cual el tránsito se desordenó y las calles se llenaron de huecos. Por esta razón, el Concejo de Cúcuta ordenó enlajar las calles, es decir, empedrarlas con lajas.
Se sabe, sin embargo, que, a pesar de las medidas adoptadas, los accidentes no faltaron. Así, el cucuteño Carlos Arocha fue el primer muerto que hubo en la ciudad por culpa de la velocidad de algún automotor. La chorrera de muertos vendría mucho después, con las motos que se tomaron la ciudad como por asalto.
Y no solo las motos. También hay conductores de carros que no hacen caso de las señales de tránsito, ni de los semáforos, ni de los agentes, ni de los reductores de velocidad, ni de nada.
Nuestra ciudad y nuestras vías son un continuo despelote. Ojalá que el alcalde y su secretario se amarren los calzones y les pongan disciplina a conductores, motorizados y peatones. Que todos somos una partida de irresponsables.