Empezaron ya las clases en escuelas y colegios. Y esto produce un desbarajuste total en la vida hogareña. Por un lado, los papás saltando matones para comprar lo que el muchacho necesita, útiles que, según dicen en televisión, muchos de ellos son inútiles, pero que hay que comprarlos, pues de lo contrario, el niño empieza perdiendo el año desde el primer día de clases.
Sin embargo, a los papás les entra un fresquito al saber que van a descansar unos cuantos meses de sus adorados angelitos, que echan vaina todo el día, todos los días. Ahora serán los profes los que se verán a gatas para soportar a los diablillos ajenos.
Otro problema que se presenta en la casa con las clases, es cuando empiecen las tareas. Los docentes saben que tienen las de ganar, poniéndoles tareas difíciles o imposibles de resolver a sus alumnos. Y es, entonces, cuando la mamá o el papá o ambos deben meterse entre libros, enciclopedias o internet para encontrar las respuestas que hagan quedar bien a su hijo en la clase.
¿Cuántos chorros tienen las cataratas del Niágara? ¿Quién descubrió el río Ganges? Explique con sus palabras en qué consiste el teorema de Pitágoras. Son tareas para empezar. Para empezar los papás a matarse la cabeza.
La educación moderna está en contra de las tareas para llevar a la casa, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Eliminar las tareas es algo imposible de asimilar por un maestro formado en dicha concepción.
Por su parte, los muchachos están alegres. Volver al colegio es librarse de las sempiternas cantaletas de la mamá, que lo levanta temprano, lo obliga a tender la cama, lo hace bañar y lo pone a leer algún libro, el primero que encuentra a la mano, sea un tratado de crecimiento personal, la revista Semana o un manifiesto político para las próximas elecciones, de algún grupo naciente.
Volver al colegio es dejar de ser el muchacho de los mandados, sobre todo si es el menor de los hijos. Porque la mamá siempre manda a la tienda de la esquina, a la panadería o al supermercado al menor, cuando ya es capaz de defenderse solo. “Vaya, dígale a don Enrique que me mande trescientos pesos de perejil y una caja de fósforos, que al final de mes le pago”. Ahora le tocará a ella en persona hacer sus propios mandados porque el hijo está estudiando.
Volver al colegio es volver a encontrarse con sus amigos del año pasado, el molestoso del salón, el que juega fútbol, el que echa cuentos, el que les esconde la lonchera a los pequeños.
Volver al colegio es volver a la alegría, a pintar muñecos en el cuaderno mientras la profesora explica en el tablero, a inventarles apodos a los compañeros, a idear la mentira para irse a la cancha a jugar, a la salida de clases, y justificar la llegada tarde a la casa.
Volver al colegio es vivir la época más feliz de toda la vida, a pesar de los profesores amargados y de las tareas y de las materias perdidas en el período.
Volver al colegio es tener el pretexto para darse ínfulas de que está aprendiendo, aunque en realidad, no aprenda un carajo.