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Orlando Cuéllar: entre versos y flores
Sin su presencia física, entre lágrimas y versos. 
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Martes, 28 de Febrero de 2023

El pasado sábado, 25 de febrero, murió el escritor Orlando Cuéllar Serrano. Paradójicamente –a pesar de que la vida no tiene paradojas-, para ese día había programado con dos meses de anterioridad la presentación de su último libro de poesía: “Viviré eternamente entre versos y flores”.

O quizás Orlando presentía que ese día sería el último en la tierra y el primero en la eternidad. Y así fue. Venía enfermo desde hace varios años, pero eso no fue obstáculo para seguir escribiendo y soñando y dándose por entero a su oficio de escribir. Superando dolores, angustias y estrecheces, con la seguridad de que la parca andaba detrás suyo haciéndole la cacería, jamás doblegó la cabeza, ni se amilanó, ni se llenó de quejumbres. Al contrario, yo no sé de dónde, cada día sacaba nuevas fuerzas para seguir luchando, robándole a la muerte pedacitos de tiempo, siempre escribiendo, marcando pautas, dando ejemplo y dejando pisadas fuertes, imborrables.

Orlando Cuéllar nos llegó a Cúcuta, un día asoleado, hace más de treinta años. Venía procedente de Arauca y dentro de sus cosas traía con especial cuidado una carpeta llena de cuentos y poemas. No los había publicado, pero tenía material suficiente para varios libros.

Venía del Llano, aunque en realidad Orlando era valluno, nacido en El Dovio, un pueblo del Valle del Cauca, pueblo donde  grabó sus primeros recuerdos de infancia: “imágenes de selvas y ríos casi vírgenes, de animales fabulosos, de duendes, hadas, brujas y seres míticos, contados por mi abuelo que era paisa”, según palabras del propio  Orlando.

Con una niñez a cuestas, llena de cuentos y fantasmas, lo llevaron a vivir al Llano, donde creció y se hizo jovencito hasta los diecisiete años. A una región, poblada de horizontes de colores y llanuras sin límite. De todo ello   no podía resultar otra cosa sino un soñador, con alma de poeta.

A esa edad, huyéndole a la violencia, llegó a Cúcuta, y encontró una ciudad poblada de árboles, cubierta de un cielo que deslumbra de azul, y un río que de noche parece una serenata bajo la luna, elementos más que suficientes para afianzarse en su pasión de escribir. De ñapa, aqu´se topó con Luz Marina, hecha a su medida, con temple, trabajadora, consentidora y amante de la poesía. El hombre, entonces, se hizo cucuteño por adopción y de corazón.

Para mal o para bien, fue a dar a las selvas del Catatumbo, trasladado por Ecopetrol, empresa en la que laboraba, y allí se ensimismó con el misterio de la selva, los ruidos de la noche y la cercanía del Faro del Catatumbo. Allí, de madrugada, Orlando se levantaba a escribir. Algunos de sus libros salieron de la creatividad de Orlando, entre las montañas del Orú, sin que le hicieran mella el cansancio físico, ni la soledad, ni las plagas, ni las sombras cercanas. Muchas páginas tienen la fecha y hora en que fueron terminadas, como constancia de su dedicación a la escritura sin importarle la hora ni las condiciones.

Un mal día le detectaron una enfermedad de sanación difícil, casi que imposible. Se radicó del todo en Cúcuta y fue cuando empezó a luchar contra la muerte para vivir entre poemas.

Su vida la dividió entre medicamentos y  literatura, pero siempre al lado, infatigable y amorosa, estuvo Luzma, su infatigable sombra, un perro y una gata.

Cuando debía asistir a las terapias, llevaba una flor para que le alegrara la jornada. Así nació su último libro, cuyo lanzamiento hicieron sus amigos, sin su presencia física, entre lágrimas y versos. 

gusgomar@hotmail.com

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