No somos una casualidad sino una perspectiva del destino, con un propósito y una panorámica universal de razones espirituales esperando por nosotros, con el eco de la eternidad vibrando en nociones de vida.
La misión es irlas recogiendo en el corazón, volverlas semillas, sembrarlas en la intimidad, para que crezcan paralelas a nuestra esencia y se fundan allí, como si el alma fuera el crisol del prodigio de existir.
Porque el destino tiene esa potestad de plantar las huellas del tiempo e ir cerrando unos ciclos para iniciar otros, con la sombra protectora de los sueños rondando nuestra fragilidad para convertirla en hidalguía.
Y volvernos valiosos, e inéditos, buscando la equivalencia sabia de los dones, los deberes y los derechos, en una versión auténtica de nuestro ser, para hallar expedito el camino de la luz, del amor y la belleza natural.
El secreto está en recuperar la ingenuidad y conjugarla en verbos bonitos, en perspectivas emocionantes, para orientarnos hacia una humildad que nos enseñe cómo cultivar una esperanza.
Así, el telón de la ignorancia se descorrerá, se revelará nuestro propio misterio para el buen fluir del tiempo, algo así como en una avanzada de las primicias y el advenimiento de la espiritualidad.
EPÍLOGO: Los siglos han intentado enseñarnos eso, a pensar y a sentir con la misma proporción con que lo hace la fantasía, sólo que ese don se denomina filosofía y tiene fama de ser sólo para extraños.
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