Esta pandemia no tiene contemplaciones con nadie. Ni con los curas que, se supone, están más cerca de Dios que los demás mortales y por lo tanto cuentan con alguna palanca en los altos mandos celestiales. Ni con los médicos que, bisturí en mano, están dispuestos a darle cuchillo a cuanto virus encuentren a su paso. Ni con las mujeres, que son la máxima expresión de la belleza universal, y el virus debería descubrirse ante ellas y no tocarlas, por aquello de que “A una mujer no se le debe lastimar ni con el pétalo de una rosa”. Ni con los niños, que son la inocencia en pasta, y mucho menos con los viejitos que a la inocencia la dejamos atrás hace tiempos, tanto que ya se nos olvidó cómo fue que la perdimos.
Guerra es guerra, dice el dicho popular, por eso el virus ataca a todo el que no se lave las manos, ni se ponga tapabocas, ni guarde su metro y medio de distancia de su mujer o de su marido. “Tome pa que lleve dirá el bicho”, y clava al que se descuide.
Pero dentro de la pensadera que a uno con este encierro se le mete, pienso que hay un gremio con el que el avichucho no se debiera meter: el de los músicos.
Los músicos y sus canciones nos acompañan desde que nacemos hasta que morimos. En la cuna o el maquero y en el ataúd, siempre las canciones están presentes, gracias a los músicos que las componen. Hagamos un breve repaso:
De terror: Duérmete, niño, que ahí viene el coco…
De los primeros amores: La de la mochila azul…
De los primerizos: Cuando por vez primera mis labios te…
De amor exagerado: Ay, amor, ya no me quieras tanto…
De venganza: Con una cuchilla de esas de afeitar…
De humillación: Perdón, vida de mi vida…
De celos: Cuando te veo llegar con tu señor marido…
De vejez: Me volví viejo esperando tu amor…
A la mamá: El que la tenga viva debe quererla mucho…
Al papá: Viejo, mi querido viejo…
A la novia joven: Mi amante niña, mi compañera…
Al río: Ay, ay, ay, si las ondas del río…
Al camino: El camino es culebrero…
Al otro camino: El camino de la vida…
Al burro: En mi burrito sabanero y la carcajada del burro…
A la cucaracha: La cucaracha ya no puede caminar…
A ciertas prendas: tu brassier pequeñito que después de la fiesta olvidado quedó…
A la casa: Allá en el rancho grande…
Al que se murió: Nada hay eterno en la vida…
La lista es larga. Siempre, pero siempre es siempre, los músicos están presentes. Lo digo ahora, con alegría y con respeto: Los músicos han estado alegrando este encerramiento en el que andamos, por culpa de un hijuemadre murciélago (menos mal que no conozco una canción al murciélago). Los músicos nos alegran el rato, nos desaburren, nos llenan de optimismo, nos traen recuerdos y nos meten ganas de vivir.
Andrés Jaimes, muchacho virtuoso del Derecho y del tiple, nos ofrece por internet conciertos, haciendo gala de sus conocimientos musicales. Conciertos de tiple. ¡Qué belleza!
Alma de Colombia, uno de los mejores conjuntos nacionales del momento, nos regala bambucos y pasillos, tocando cada músico desde su casa, pero todos al tiempo. ¡La magia de las comunicaciones! La única falla es que no hay aguardientico, por la tal ley seca. Y los del Grupo A’parte. Y otras agrupaciones. Los acordeones no faltan. El arpa y el cuatro y las maracas andan metidos en las redes. Los violines arrullan desde lejos. La música vieja, la nueva y la del medio, llegan por montones. Boleros, pasillos, tangos y baladas, de todo hay en los pentagramas de wassap, de messenger y de Facebook. ¡Hasta a los gordos del artista Botero los pusieron a bailar!
Que sea, pues, el momento de agradecerles a los músicos que nos alegran esta cuarentena. Sin ellos, la vaina estaría más peluda. ¡Que llegue más música, maestro Fermín!
Nada hay eterno en la vida”. Y el camino de la vida está lleno de canciones: de amor, de despecho, a la mamá, a la novia, a Dios, a los hijos, a la que se fue, a la que se hace del rogar, al dolor de muela (ay,ay,ay,ayyyy), al árbol, al río, a las ladronas que roban corazones y libros, Para todo y para todos hay una canción, y eso, gracias a los músicos.
No hay en la tierra ser más tierno, más dulce y más sentimental que el músico.
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