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Los pesebres, ¿hasta cuándo?
Otras familias dejan el pesebre hasta el 2 de febrero, cuando se conmemora la presentación del niño Dios en el templo.
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Martes, 23 de Enero de 2018

-Ni las cartas de san Pablo, ni las tablas de la ley, ni las bulas papales señalan hasta cuándo deben durar los pesebres, que se hicieron para la novena al Niño Dios. San Francisco de Asís, el inventor de la costumbre, la misma noche del 24, después de la misa de la media noche, procedió a desbaratar su original pesebre. 

Le tocaba porque era un pesebre a lo vivo, y debía entregar la burra y el buey a los campesinos que se los habían prestado, y el chino que había hecho de niño Dios no paraba de llorar, y María no le podía dar teta porque no era la verdadera madre, sino apenas una doncella del vecindario, y José, un carpintero que había conseguido el de Asís, con pinta de buena gente, ya estaba mamado de la ceremonia tan larga con villancicos cantados por los ángeles, regalos de los pastores y adoración de los reyes magos, que todo lo hizo Francisco en una sola tanda, para salir de una vez por todas de semejante embrollo en el que se había metido con su invención de pesebre con figuras vivas.

Todo esto se lo expliqué a mi mujer el día que me preguntó cuándo íbamos a desbaratar nuestro pesebre. Le dije que cada quien, según su leal saber y entender, era libre de dejarlo todo el tiempo que quisiera. Algunos lo desarman el mismo día de Reyes, por la noche, después de la visita de los Magos. 

Del barrio Belén sale una comparsa con los reyes y otros disfrazados, que asisten a misa a la catedral y luego se van a visitar pesebres caseros, donde los atienden con tamales, masato y aguardiente. Al terminar el día, Gaspar, Melchor y Baltasar andan perdidos de la juma, pero han cumplido con su promesa de visitar pesebres para ganar indulgencias y algunos rones.

Otras familias dejan el pesebre hasta el 2 de febrero, cuando se conmemora la presentación del niño Dios en el templo y purificación de su santísima madre. En otras palabras, el 2 de febrero se cumple la dieta de María, cuarenta días sin salir de casa, comiendo caldito de gallina, con la cabeza amarrada y medias gruesas hasta las rodillas.

Santa Ana, su madre, la cuidaba y no dejaba que le diera un mal viento. No como las mamás jóvenes  de ahora, que a los tres días ya andan p’arriba y p’abajo, sin darle de mamar al niño para no perder la figura pectoral, y aprovechando los varios meses de licencia por maternidad, que les autorizó el Estado.

Pero me salí del pesebre. Decía que cada quien  lo deja, según su fe y sus costumbres. A mí, personalmente, me gusta más crear, inventar, que dañar lo hecho. En nuestro pesebre yo soy el que hace valles y montañas, pueblos y desiertos, fuentes y lagunas. Me encaramo a lo alto del árbol de navidad a colgar la estrella y las bolas, armo el trencito y camuflo las luces entre los matorrales del pesebre.    En cambio no soy bueno para desarmar, porque eso de quitar las figuritas y envolverlas y guardarlas, sin saber si en el próximo diciembre estaremos vivos para volverlo a armar, me produce nostalgia y en veces hasta se me salen las lágrimas.

Lo importante es que los muñequitos no se dañen. Que el niño Dios no se descascare, que a la Virgen no se le caiga el pañolón, que a José no le vayan a doler los riñones de estar agachado tanto tiempo, que la burra y el buey no se enflaquezcan de aguantar hambre, que las ovejas no se escabullan para no dejarse meter en las cajas de cartón. 

Desarmar el pesebre y el arbolito y los adornos de las paredes, es causa de tristeza. La casa queda vacía y una sensación de orfandad se riega por el patio y las habitaciones. Conozco familias donde el día que desarman el pesebre, se reúnen con allegados y parientes, y jartan aguardiente como en un velorio, hablan en voz baja, sin música, y todos como con un nudo en la garganta. 

Por eso es que digo: Conmigo que no cuenten para desbaratar el pesebre y los arreglos navideños. Yo hago, pero no deshago.
   

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