Entre 1970 y 1972, el Club de Roma promovió un estudio que realizó el MIT, que se llamó los límites del desarrollo.
Se realizó un modelo dinámico donde los dos principales factores de la sociedad actual, el crecimiento poblacional y el crecimiento de capital, entendido como “activos” sociales, que supone el uso creciente de recursos limitados, muestran que se requiere lograr de manera consciente un modelo mundial de equilibrio que permita la sostenibilidad. De no hacerlo se dará el colapso de la sociedad planetaria en algún momento alrededor del 2100.
Las medidas debieron tomarse hace 40 años, pero todavía discutimos si hay o no cambio climático, o si el modelo económico es apropiado, o regionalizamos un mundo basado en metrópolis urbanas, y un largo etcétera, de discusiones estériles que nos acercan cada vez más al fracaso como especie.
Pareciera que la misma naturaleza prepara a la especie para que sucumba sin mayor resistencia, mediante una profundización y ampliación de lo mediocre, el pensamiento mágico de soluciones milagrosas, la banalidad del miedo a la muerte comprando “juventud”, el nihilismo juvenil y tantas otras actitudes escapistas, para no enfrentar la necesidad de cambios profundos sin referente histórico, de superar “prejuicios culturales” arraigados.
En resumen, es más fácil enfrentar los riesgos mortales si la mente está embotada. Como lo citó Miguel Bosé en el famoso concierto de paz sin fronteras, Einstein dijo: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy tan seguro de la primera”.
Colombia es un buen ejemplo de sociedad pérdida en la estupidez. Nuestras discusiones políticas se enmarcan en la dialéctica de la guerra fría primaria, entre una izquierda estalinista y una derecha fascistoide, que en el fondo esconde el saqueo del estado por parte de elites político-económicas.
Nos metimos en el modelo mal aplicado de la sociedad del bienestar, aquí llamado estado social de derecho, que, sumado a la estupidez política mencionada anteriormente, creó un monstruo de injusticia e inequidad.
El resto son unos medios de comunicación moviéndose entre sus “intereses políticos” y análisis mediocres, dedicados a la cacería de brujas y el morbo, tan del gusto de una audiencia cada vez más elementalizada.
La educación reposa en manos de burócratas con alma de regidores y sindicatos de maestros más politizados que capaces. La economía la maneja una tecnocracia más amoral que capaz, sumados a empresarios muy interesados en mercados oligopólicos.
Temas reales como la geopolítica y la inserción del país en la corriente mundial, los problemas de las megaciudades creciendo sin control con unos tecnócratas “dictando” modelitos de desarrollo sin referencia a las mafias sectoriales incluyendo las políticas y jurídicas, la pérdida masiva de caudales fluviales; mucho menos, enfrentamos los problemas de los límites del crecimiento. Los análisis dinámicos para el análisis de los complejos modelos actuales, el paso a una sociedad donde el desarrollo se base en equidad no vía subsidios estatales, es decir sostenibles, ni siquiera asoman en las mentes de nuestra dirigencia y si lo hace lo vulgarizan vía decretos, resoluciones, manejado por una burocracia que procesa, pero no crea, cuando no vive pendiente de los “riesgos frente a entes de control”.
Como lo establece el estudio, “creemos, que la evolución de una sociedad que favorece la innovación y el desarrollo tecnológico, una sociedad basada en la equidad y la justicia, es más probable que evolucione en un estado de equilibrio global…”.
Afortunadamente para el planeta somos un actor insignificante en el concierto mundial; desafortunadamente, nosotros somos parte de esa insignificancia. Y seguimos por ahí.