Se les conoce de lejos. Los hay viejones, que arrastran un montón de años, pero caminan con orgullo, el orgullo de ser exalumnos del Sagrado. Otros son jóvenes, pero, de igual manera, se les ve la alegría cuando dicen: “Yo estudié en el Sagrado”. No dicen en el colegio Sagrado Corazón de Jesús. Simplemente, el Sagrado. Y todo el mundo en Cúcuta, sabe que se refieren al Sagrado Corazón de Jesús.
Por estos días andaban de fiesta. El colegio cumple ciento quince años de fundado en esta ciudad, y eso es de celebrarlo. Tiraron la casa por la ventana. Se juntaron médicos, abogados, políticos, empleados, bachilleres todos del Sagrado y con los padres de familia y las directivas del colegio, le dieron a esta fecha toda la importancia que se merece: Ciento quince años no se cumplen todos los días.
Me encontré la semana pasada a un médico amigo, que iba a paso rápido por la avenida cuarta.
-¿A dónde va tan rápido? –le dije.
-A mi colegio –me contestó.
-¿A su colegio? No sabía que había montado colegio.
-¡Tan güevetas! –me contestó. El tipo es buen médico, pero muy grosero.- Voy al Sagrado, mi co-le-gio –me lo dijo golpeadito.
-¿Y esa vaina?
-Estamos de celebración. Ciento quince años. ¿Cómo le parece? ¡No es cualquier pendejadita!
Tiene razón mi amigo. Porque no son ciento quince años vendiendo empanadas ni horneando pan. Ciento quince años, educando. Todos los oficios son respetables y dignos, por humildes que sean, pero es que eso de educar, de formar, es otra cosa. Y no me refiero sólo a enseñar letras y números y fórmulas. Hablo de formar, de educar, de preparar nueva gente, nuevos ciudadanos. Y el Sagrado lo viene logrando. Por eso hay exalumnos que han dirigido el país, el departamento y el municipio. Son gente que sobresale en cualquier profesión u oficio que desempeñan.
En diciembre del año pasado tomé un taxi y me sorprendió la amabilidad del conductor, su decencia y su forma de ser, distinta de la mayoría de los taxistas. Hablamos durante todo el trayecto y me contó que era ingeniero de sistemas, en lo que trabajaba de lunes a viernes, pero que los fines de semana un hermano le dejaba el taxi para que lo trabajara. Cuando pasamos por frente al Sagrado, me dijo con orgullo: “Mi colegio”. (También el colegio de él). Allí estudió toda la primaria y el bachillerato. Me habló bellezas del colegio.
De modo que entiendo el sentido de pertenencia de los exalumnos del Sagrado. La formación que allí les dan es para la vida. Ojalá todos los taxistas fueran exalumnos del Sagrado. Y es que los hermanos lasallistas se entregan con todo a la no muy fácil tarea de enfrentarse a más de tres mil alumnos para darles formación integral. Es necesario aquí hacer un reconocimiento a los profesores, que se la juegan toda para que sus alumnos salgan muy bien preparados, no sólo para las pruebas del Icfes, sino para las pruebas de la vida, que son más importantes. De igual manera a los padres de familia que, con su Asociación, hay que reconocerles su apoyo a las labores del Sagrado. Y al personal administrativo y al de Servicios generales, que están siempre al pie del cañón, dando lo mejor de sí en favor del colegio
Me van a perdonar, pero yo también saco pecho cuando hay que hablar de este colegio. Mis dos hijos varones son exalumnos de allí, y en la familia nos sentimos orgullosos de que así haya sido. Fui presidente en dos ocasiones de la Asociación de padres de familia y pude conocer por dentro cómo funciona el Sagrado. Sé que los miles de papás cuyos hijos estudiaron o están estudiando en el Sagrado, están de acuerdo conmigo en el honor que se lleva cuando nuestros hijos son egresados del colegio.
Por eso, estos días ha retumbado en el claustro del Sagrado, la Marcha de la Salle: Colegio de La Salle tan querido, aquí nos tienes hoy, vibrantes de emoción, y el corazón de gratitud henchido y en cada labio modulando una canción.
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