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Columnistas
Los costos de una guerra alargada
Una guerra que debiera movilizar a todos, no para sumarse a los bandos combatientes, sino para ponerle punto final.
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Sábado, 28 de Mayo de 2016

El secuestro de Salud Hernández y de otros colegas en El Tarra por el Eln volvió a agitar el avispero de la guerra en Colombia.

Una guerra que debiera movilizar a todos los sectores nacionales, no para sumarse a los bandos combatientes, sino para contribuir a la tarea de ponerle punto final a ese conflicto,  sanar las heridas que ha dejado y comprometerse en la construcción de lo que garantice la paz y la convivencia en forma plena.

Nadie ignora los estragos de las violencias de unos y otros actores.

Sin embargo, hay quienes prefieren insistir en el revanchismo por la vía militar, aunque sus resultados sean los de sumar más víctimas.

Tras el alivio que deja la liberación de los periodistas hay que seguir haciendo camino que lleve a una salida definitiva y cuanto antes de  la recurrente tormenta de esta guerra de muertes, desapariciones, desplazamientos, extorsiones, vejaciones, despojos, retenciones, abusos y otras formas cruentas de la infamia.

La guerra es una fuente surtidora de múltiples desgracias.

Con todo, en Colombia hay extremistas defensores de su alargamiento, como si no dolieran las vidas que se pierden, los crímenes consumados con aberración, la destrucción de bienes  que son patrimonio común, la desesperación de los deudos que asisten indefensos a la victimización de sus seres queridos.

La guerra también impone la deslegitimación del Estado. Lo hace inepto, sin ninguna eficacia para el cumplimiento de sus fines, que son los de garantizar la satisfacción de las necedades de la población y preservar derechos, entre los cuales está el de la vida como prioritario.

En medio del vaivén del conflicto que sacude a Colombia se llega a la acumulación de  problemas como es el caso del Catatumbo. Ese tejido de atrasos, pobreza, cultivos ilícitos con los cuales se irriga el narcotráfico, violencias y demás encrucijadas, es el resultado de omisiones oficiales. No se ha hecho lo que debió ejecutarse de tiempo atrás. No lo asumió Álvaro Uribe en sus empalagosos ocho años de mandato, como demostración de la demagogia de su cacareada  “Seguridad democrática”.

El Conpes propuesto para el Catatumbo con tantos bombos y platillos se redujo a un documento de buenas intenciones. No ha tenido dientes y a pesar de los reclamos de los campesinos, con demostraciones de los graves desajustes en que se debate la comunidad, las respuestas se han quedado por debajo de la realidad. Ese territorio de Norte Santander sigue en condiciones de emergencia y requiere un tratamiento especial. Lo que está por hacerse es, además, fundamental para salir de los suplicios que han surgido de la guerra. Y no hay más tiempo que perder. Es la agenda para la paz, ahora y en el posconflicto.

Puntada

Los diez años de trabajo cultural  desde la que es hoy Fundación El 5 a las 5 deja resultados satisfactorios, aunque todavía falte mucho por hacer. Patrocinio Ararat, su presidente, y quienes lo acompañan  en tan exigente gestión son merecedores del reconocimiento general.  El libro publicado que recoge todo lo que se ha hecho es la prueba del acierto de lo realizado. Un positivo referente regional.

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