No les ha ido muy bien a los animales en esta cuarentena en la que estamos metidos por culpa de otro animalejo, el tal virus, que, a su vez, apareció por otro animalejo, el murciélago chino. Eso dicen algunos. Otros dicen que lo del murciélago es puro cuento, que el virus fue creado en un laboratorio, y que alguien les abrió el botellón y la ventana para que se escaparan. Y se escaparon y se regaron por todo el mundo. ¡Y daño que nos han hecho!
Sea lo que sea, al murciélago le ha ido mal, muy mal, en su reputación. De por sí es un animal feo, con apariencia de ratón volador, de la familia de los vampiros, esos que en las películas les sacan la sangre a los humanos, mordiéndoles el cuello. Y ahora con ese cuento, con esa mala prensa que le han hecho, pues acabó de completar su mala racha.
A las palomas de los parques y de los campanarios tampoco les ha ido bien. Los fotógrafos de cámara y caballito y los campaneros eran los que les llevaban alpiste. Y como los parques están solitarios y los campanarios silenciosos, las palomas han tenido que coger las de Villadiego, calle arriba y callejón abajo, a ver qué consiguen.
Y es muy poco, en verdad. Los puestos de venta de comida callejera desaparecieron y nadie les lanza migas de pan o de arepa o de perro caliente. A veces, en los amaneceres, pasan por el frente de mi casa bandadas de palomas, en busca de algo para llenar el buche. No van volando. Pasan caminando, picoteando piedritas (no picotean arrayanes y pepitas de agraz, como dice un poema) sino arenillas. Adelante va el palomo, cantando su surrungueo con el que convoca a las hembras. Detrás, ellas lo siguen mansamente. Como las mujeres siguen a los cantarines.
A las palomas también les han hecho mala prensa, porque dizque transmiten enfermedades. Puede ser cierto, pero ellas les daban a los parques un espectáculo hermoso, colorido y fantasioso. Los niños y los ancianos eran felices en los parques viendo al sol haciendo figuras pintorescas en el plumaje de estos animalitos. Por algo Dios escogió una paloma para que simbolizara al Espíritu Santo.
Los perros callejeros también han sufrido las consecuencias de la pandemia. Ya no encuentran huesos. Con los restaurantes cerrados, nadie les lanza sobras. Y con el verano a cuestas que todos llevamos, las fuentes se secaron y los perros ni siquiera pueden calmar su sed.
El otro día venían de las arroceras cercanas al río Zulia bandadas de loritos a pasar la noche en la ciudad. Pasaban el día en el campo y la noche en la ciudad disfrutando de sus atractivos nocturnos. Ahora se acabaron los atractivos nocturnos y los loritos no volvieron. Tal vez supieron también que la ciudad se volvió peligrosa. Y le sacan el cuerpo.
Los gatos se daban la gran noche en los tejados. De golpe se topaban algún ratón o alguna tuteca, que compartían con su gata, a la que le arrancaba alaridos de placer. Ahora, ratones y tutecas andan miedosos del virus y tampoco salen. De manera que los gatos no encuentran nada para ofrecerles a su gatuna amada. Y ya no se escuchan a la madrugada los gatuperios que antes se escuchaban.
Dicen que, en cambio, en Australia, los animales del monte están felices y los noticieros muestran calles por donde transitan ya no humanos en su loca efervescencia, sino elefantes y cebras y tigres. ¡El mundo al revés!