Admirado Pedro Pascasio:
Le confieso que es muy poco lo que he oído hablar de usted, pero ese poco que he escuchado me deja con la boca abierta. Y es que a usted lo han venido pasando de agache por las páginas de la historia patria. Muy pocos se han fijado en usted, como quien dice, nadie daba cinco por un muchacho campesino, que escasamente conocía la “o” por lo redonda. Últimamente, sin embargo, se han escuchado algunas voces que tratan de reconocerle su verraquera y su honor.
Le voy a contar lo que sé de usted, y me corrige si me equivoco: Usted dizque nació en un pueblo de Boyacá, llamado Belén de Cerinza, hijo de campesinos. Fueron sus taitas, si mis fuentes no me engañan, José Mercedes Martínez y María de Jesús Rojas.
Desde muy pequeño tuvo que dedicarse al trabajo del campo, a sembrar y coger papa y trabajar en los trigales, además de cuidarles las bestias al dueño de la finca donde ustedes vivían. Fue a la escuela, pero tuvo que salirse por dedicarse al trabajo, ya que había muchas necesidades en la familia.
Pero una noche usted se interesó por lo que llegó contando uno de los peones: Que desde arriba, desde Pisba, venía bajando una cantidad de gente armada con escopetas y machetes, enfermos de frío y de calambres, mal vestidos y mal comidos y mal dormidos. Que dizque eran soldados granadinos, al mando de un tal Bolívar y un tal Santander, que venían dándose candela con los ejércitos del rey de España, cada vez que se los topaban. El destino era llegar a Santafé para quedar libres de los españoles.
En esos días, hablamos del mes de julio de 1819, a usted le empezó a dar vueltas en la cabeza la idea de ayudar a los criollos y de juntárseles pa echar plomo, porque eran muchas las cosas feas que se decían de los españoles, a los que llamaban rialistas. Una tarde, usted se animó a hablar con su mamá, que quería irse con la gente buena que ya dizque iban llegando a Vargas, donde hay un pantano. A su mamá dizque se le salieron unos lagrimones pencos y, abrazándolo, le dijo:
-Vaya, mijo, a pelear por la patria.
El 25 de julio se enfrentaron los dos ejércitos, pero cuando usted llegó ya habían ganado los nuestros. Cuentan que la vaina estuvo peluda, pero que al fin unos llaneros salvaron la patria. Entonces usted comenzó a preguntar por a mi general Bolívar. Se le presentó y usted le dijo que le dejara cuidar su caballo, que de eso sí sabía. Bolívar lo recibió mientras pensaba: “Este vergajito está muy chamo para ponerlo a pelear, pero me puede cuidar mi Palomo”. Y así fue. Apenas iba usted a cumplir trece años.
Después sucedió lo de la batalla del Puente, donde usted no se dejó comprar por Barreiro, a quien usted encontró como una gallina escondido entre unas piedras, después de la derrota. Le ofreció su cinturón lleno de morrocotas de oro, pero usted, honesto, incorrupto, sin temblarle la voz le dijo: “Ni por el patas (con u) usted me va a comprar. No sea hijuetantas. Vamos pa donde el jefe, y rapidito que tengo ganas de darle una mano de rejo por tratar de comprarme”.
Y a eso es a donde voy, Pascasio. Su ejemplo, su rectitud, y su patriotismo nos están haciendo mucha falta. Tenemos una pandemia de corrupción. La justicia se vende. Los gobernantes roban. Los legisladores cambian leyes por mermelada. Los honestos se cuentan con los dedos de una mano. Por eso es que lo necesitamos soldado Martínez Rojas Pedro Pascasio. Venga en nuestra ayuda. Mañana se cumplen 201 años de la Batalla de Boyacá y aprovecho para invitarlo a que nos dé una manita: ¿Cómo nos vacunamos contra ese virus mortal llamado corrupción?
gusgomar@hotmail.com