El imperio de las emociones en el público estadounidense, quedó crudamente expresado durante el proceso de confirmación de BrettKavanaugh como juez del Tribunal Supremo, en el Senado de EE.UU. realizado recientemente.
El escrutinio del Senado debió servir para lo importante: valorar la profesionalidad del candidato que incluye su ética, su carrera judicial, su independencia y su modo de aplicar la constitución, pero todo esto quedó oscurecido por la exacerbación de la emotividad y la ideologización. Lo cierto es que en la opinión pública quedó la idea de que lo más importante fue lo que ocurrió o no en una fiesta juvenil hace 37 años, si hubo o no un intento de abuso sexual, y hasta qué punto un episodio juvenil define la idoneidad de un candidato a juez del Supremo.
La investigación del FBI, incluyendo audiencias, demostró que se trató del típico caso de “tu palabra contra la mía” y que las acusaciones de Christine Ford carecían de pruebas. Las cuatro personas que mencionó como asistentes a la fiesta negaron haber estado allí o ser testigos del asalto. Aunque dijo haber temido por su vida, no lo contó a sus padres, ni a los profesores ni a la policía. Durante más de treinta años, Ford no mencionó el nombre del joven Kavanaugh como el agresor, aunque ahora estaba totalmente segura. En fin, lo que pidió fue que se le creyera. Pero lo mismo pidió Kavanaugh.
Claro está que las audiencias de confirmación de un candidato a juez no son un juicio penal (haya o no ocurrido, el delito había prescrito) pero sí exigen reglas de justicia. En este caso, Kavanaugh tuvo que enfrentarse a las acusaciones de Ford y después de otras dos mujeres, con imputaciones aún más etéreas, que no pasaron del nivel de declaraciones periodísticas. El punto es: ¿cómo se defiende alguien de acusaciones que al cabo de muchos años intentan presentarlo como un depredador sexual, sin aportar pruebas y en medio de un clima de enfrentamiento político?
Otro síntoma de la justicia emocional es que no se vio al acusado como persona individual sino como integrante de un grupo. Así, se intentó descalificar a Kavanaugh como hombre blanco, alumno de escuela de élite, de ambiente privilegiado, es decir de un tipo de hombre que se cree con derecho a todo. No se entiende qué tuvo que ver la raza aquí, ya que su acusadora es tan blanca como él. De todas maneras, se perdió el enfoque sobre la responsabilidad personal para hacer énfasis en una “indiscutible culpabilidad de grupo”.
También el soslayo de la responsabilidad personal se observó en la pretensión de convertir el asunto en reivindicación simbólica de un grupo ofendido. “Si no crees a Ford, estás contra las mujeres que tantas veces son víctimas de abusadores sexuales”. Lo decisivo era que el #MeToo pudiera cobrarse otra pieza, y más en este caso que se trataba de un juez que puede inclinar la balanza del Supremo hacia posturas conservadoras.
¡Que paradoja! la revolución sexual empezó protestando contra el puritanismo y la represión, y hoy día la acusación más temible contra un personaje público en EE. UU. es la de “conducta sexual inapropiada”. En fin, lo mínimo que puede decirse de todo el asunto, es que el proceso de confirmación de Kavanaugh no fue un buen ejercicio para la mejora de la vida pública de EE.UU. Ojalá no se tome como algo a imitar en nuestras latitudes donde con frecuencia lo emocional también tiende a oscurecer lo importante.
@CarlosAlfonsoVR