Hasta hace unos cuantos años, la Navidad era en Navidad y la Semana Santa en la Semana santa. Diciembre era en diciembre, septiembre, en septiembre y febrero en febrero. Cada tiempo en su lugar y cada lugar en su tiempo, como dice el refrán: “cada cosa en su sitio y cada sitio en su cosa”.
Recuerdo que en mi niñez en la pared principal de la sala de la casa mi papá clavaba con puntillas el Almanaque de la Cabaña. Allí figuraba el santo de cada día, los cambios de luna y los días festivos. Mi papá señalaba con lápiz rojo la Navidad, las fiestas patronales y la Semana Santa. Eran tres épocas especiales para el pueblo y para sus creencias.
Después apareció un librito naranja encendido llamado almanaque Bristol, con las fechas mes por mes, la luna menguante y la luna creciente, los días buenos para la pesca y consejos de belleza y de salud. Nadie buscaba en estos almanaques ni esperaba encontrar diciembre en agosto ni abril en octubre.
Pero los tiempos cambian. Hoy, para bien o para mal, desde mitad de año comienzan a sonar villancicos. En agosto ya se ve a Papá Noel con su barriga y su jo jo jo en algunos almacenes tomándose fotos con los niños para que sus papás hagan allí sus compras. En octubre ya hay pesebres en los centros comerciales y anuncios de promociones navideñas. En noviembre hay luces de todos los colores y música guapachosa por todas partes. De manera que uno no sabe cuándo empieza y cuando termina el mes de diciembre.
Vuelvo a recordar mi infancia cuando las festividades navideñas comenzaban el 15 de diciembre y no antes. En esta fecha comenzaba la novena, el juego de los aguinaldos, el canto de los villancicos y la hechura de los pesebres. A cada vereda le correspondía un día diferente y en la noche presentaba en el atrio de la iglesia actividades culturales: sainetes, declamaciones, coros y representaciones bíblicas, músicos de cuerda alegraban el rato, además de la pólvora, los globos y los disfrazados.
Así las cosas, durante todo el año la gente se preparaba emocionalmente para las fiestas navideñas, que empezaban, como ya dije, el 15 de diciembre y terminaban el 6 de enero con la adoración de los Reyes Magos.
No sucede eso ahora. Estamos en manos de los comerciantes y de Fenalco, dirigida por la dinámica Gladis Navarro, que no encuentran la manera de meternos la mano al dril, para que hagamos desde julio compras navideñas.
Los que venden tienen otro año según sus intereses. No hablan de fiestas, ni de actividades culturales sino de ventas. Las ventas de ingreso a colegio, las ventas de la Semana Santa, las ventas de vacaciones, las ventas de los puentes festivos (que ya no nos cabe uno más) y las ventas decembrinas. Lo malo de todo es que los consumidores nos dejamos atrapar y caemos en las garras del capitalismo salvaje.
Qué bueno fuera que volviéramos a aquellas épocas en que lo más importante no eran las compras sino en pasarla sabroso con la familia y los amigos, de modo que al decir “feliz Navidad” no hubiera que hacerlo con el regalo en la mano.