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Leyendas de los días santos
Nunca pudimos ver a los tales duendes por la prohibición de salir a la plaza.
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Miércoles, 23 de Marzo de 2016

El cuento es que la Semana Santa es la temporada perfecta para que las almas en pena salgan a pedir favores y los duendes se pongan a hacer diabluras y los fantasmas se dediquen a asustar a la gente.

En mi pueblo a los muchachos no nos dejaban salir de noche a jugar al balón en la plaza, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Pascua. Los papás nos decían que del samán se desprendían unos enanitos llamados duendes con el pretexto de venir a jugar, pero que en realidad  buscaban  llevarse a los niños para convertirlos en otros duendes. Sólo salían durante la Semana Santa.
   
Nunca pudimos ver a los tales duendes por la prohibición de salir a la plaza. De manera que si el cuento es cierto, a los duendes les tocaba jugar solos sus partidos de fútbol.
   
En cambio sí veíamos una luz amarilla y rojiza que bajaba todas las noches de la Semana Santa por el camino que conduce de la vereda Miraflores hasta el caserío. El camino, que desciende serpenteando desde lo alto de la montaña hasta la quebrada donde empieza el pueblo, es visible desde toda la población. Y por allí veíamos siempre esa luz inexplicable, que a ratos corría y a ratos se detenía.
   
Una vez el corregidor, acompañado de varios hombres armados con escopetas, se fue a esperar la luz a la entrada del pueblo. Nadie llegó. Pero cuentan que un frío helado, como de muerto, se fue apoderando de todos ellos, hasta el punto que les tocó regresar ateridos en busca de algunos aguardientes para mitigar el miedo y el escalofrío. Nunca más alguien osó volver de noche a ese camino, aunque la luz siguió bajando durante todas las noches santas.
   
El cementerio viejo del pueblo quedaba a la salida (o a la entrada) por el camino que sale de Las Mercedes hacia Sardinata. Durante la Semana Santa nadie podía pasar después de las 6:00 de la tarde por el frente del cementerio. Los quejidos como de ultratumba, los ayes de los condenados y los misereres que se escuchaban hacían demasiado tétrico aquel paso. 
   
Por tal motivo, el cura decidió cambiar el lugar del cementerio. Pero como las osamentas fueron trasladadas a las nuevas sepulturas y bóvedas, los espíritus también trastearon. Ahora en el nuevo cementerio se siguen escuchando los quejidos, los ayes y los misereres.
   
En la quebrada que pasa por las goteras del pueblo, salía la Llorona,  espíritu de una mujer que ahogó a su bebé que acababa de nacer. Los gritos lastimeros de la Llorona se regaban por todo el pueblo a la media noche de los días santos. 
   
Algunos pescadores decían haberla visto, aguas arriba y aguas abajo, pagando su culpa, por los tiempos de los tiempos amén. 
   
Cuando llegó la carretera al pueblo, llegó el progreso y también llegaron otros espantos. Así supimos del carro fantasma, que viajaba sólo en las noches, especialmente de los días santos. 
   
Los choferes de Peralonso contaban que veían las luces de un carro que venía en sentido contrario. Se orillaban para darle paso y cuando se percataban, ya el carro había pasado. Alguien lo vio alguna vez, y cuenta que el carro era un bus cargado de esqueletos.
   
¿Por qué los espíritus buscan las noches de la  Semana Santa, época de oración, penitencia y recogimiento, para hacer sus apariciones? Nadie lo sabe. Y como en el caso de las brujas, no hay que creer en estos cuentos, pero que los hay los hay.
   
Mención aparte merecen ciertos fenómenos que suceden el viernes santo a las 3:00 de la tarde, hora de la crucifixión del Señor. Dicen que a esa hora, las aguas de los ríos se detienen y algunos aseguran que el agua no sólo se detiene sino que se regresa. Es una visión que dura escasos segundos, los suficientes para caer en cuenta de que el universo se encoge ante la muerte del Señor.
   
Un primo mío jura y rejura que ha visto a las 3:00 de la tarde del viernes santo al limón de su casa, chorrear gotas como de lágrimas, tronco abajo. No he sabido si creerle, porque mi primo es político.

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