Es un cuento viejo, que se ha usado desde los tiempos de la Independencia, para señalar que el país ha estado en manos de pocas familias que han utilizado el poder para enriquecerse o simplemente para atornillarse en el Ejecutivo, el Legislativo o el Judicial, desde donde han podido ser los dueños del país del Sagrado Corazón, según ley aprobada hace muchísimos años, cuando el país no era tan incrédulo como hoy.
La frase era cierta pues el poder se lo han repartido unos pocos clanes familiares que se han distribuido en las distintas ramas del poder público.
Ha habido generales arzobispos, parlamentarios, embajadores, cónsules, concejales, diputados, ediles, repartidos estratégicamente en los distintos partidos, que han sido fundados con exóticos apelativos, para evadir cualquier problema ante la autoridad electoral porque hecha la ley, hecha la trampa.
Tal vez eso explique la proliferación de partidos, que se reparten milimétricamente las curules, las dietas, los carros blindados, las secretarias y las oficinas. Son más vivos que los vendedores de específicos o los culebreros, o que el senador liberal que se apoderó de la extrema derecha.
El tema se me vino a la cabeza al conocer la idea de dos hermanos, uno de los cuales aspirará en dos años a la Presidencia de la Republica, y el otro a la Alcaldía de Bogotá. Y con los mismos votos. Una idea genial, digna de los más destacados clientelistas, que no lo había pensado ni la congresista costeña que se voló de un consultorio odontológico y era el amor de viejo empresario conservador.
Otro personaje que aprovechó su cuarto de hora fue ex vicepresidente, que ocupó brevemente nuestra más importante embajada, donde demostró su incapacidad y casi produce rompimiento de las relaciones con el más importante país de le tierra. Demostró, una vez más, que el presidente Iván Duque no sabe escoger a sus colaboradores y que se necesita un revolcón en la lista de las cuarenta familias.
Que sigue integrada por los mismos con las mismas, como decía Gaitán. GPT
