Hemos insistido reiteradamente en que un factor –no el exclusivo, por supuesto- que está en la base de la violencia –política y de la vida cotidiana-, hace referencia al odio y la venganza. Y esto ha acompañado nuestra historia política, hasta hoy, porque la posibilidad de asumir actitudes más tolerantes para entender y manejar situaciones conflictivas, es vista como debilidad y estigmatizada. Es decir, estamos frente a la manifestación de una cultura política dogmática e intolerante y de la venganza a flor de piel –incluso en ocasiones mimetizada con ropaje de justificación jurídica-.
Buena parte de la violencia política entre conservadores y liberales que atravesó la primera mitad del Siglo XX, estuvo asociada a esa cultura intransigente que tiende a ver al que piensa distinto como enemigo al que hay que satanizar y en lo posible eliminar; en ese período era entre los seguidores del trapo rojo o del azul, pero a pesar del Pacto del Frente Nacional, eso se prolonga en el período de la denominada ‘guerra fría’, en ese momento era entre comunistas y anticomunistas y más recientemente entre ‘mamertos’ o pro-guerrilleros y ‘derechistas’ o auspiciadores de paramilitares. Eso igualmente se expresa en otras dimensiones de la vida social, se tiende a ver, por algunos sectores, a quienes tienen opciones LGTBI como ‘antinaturales’ que no tienen derecho a disfrutar de los derechos y así sucesivamente.
En esta semana vimos en el periódico El Tiempo este titular “Intolerancia: la causa del 57 por ciento de los homicidios en el país”, haciendo referencia a investigaciones y declaraciones del director de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional General Carlos Ernesto Rodríguez, quien anota que en este año han sido asesinadas 439 personas por supuesta venganza –seis por ciento más que en igual período del año anterior-. Igualmente resalta, como lo han mostrado múltiples estudios, que enfrentamientos normales entre vecinos en los barrios y localidades terminan en homicidios o lesiones personales, porque la tendencia es la eliminación del otro. También, cuando vemos casos que nos deben doler y preocupar a todos los colombianos, como el de Buenaventura y las llamadas ‘casa de pique’, vemos la misma tendencia a eliminar al otro y esto reforzado con elementos de las culturas regionales.
Por ello es importante recordar a todos los colombianos, que el hecho de haber firmado un acuerdo para terminar el conflicto armado con las FARC, como se hizo en el pasado con otras organizaciones guerrilleras como el M-19, el EPL, el Quintín Lame, el PRT o las AUC, para sólo mencionar algunos casos, no significa que por encanto se vaya a terminar con la tradición arraigadas en la cultura política, de resolver los conflictos eliminando al otro, física o simbólicamente, como lo hemos insistido desde la academia y otros sectores. Para ello es indispensable desarrollar un trabajo prolongado en el ámbito de la cultura política y ciudadana. Eso no se va a lograr, ni fácilmente ni a corto plazo, sino hay una política nacional estructurada, con el apoyo decisivo de los dirigentes políticos nacionales y la cooperación de los medios de comunicación y de las instituciones socializadoras.
Mientras tengamos a dirigentes nacionales y regionales, de las diversas tendencias políticas, atizando el fuego del odio y la venganza, lo que tendremos es una respuesta en términos de aumentos de homicidios, agresiones personales y un recrudecimiento de la violencia, lo que tiene terreno fértil en la realidad política colombiana, ambiente muy propicio para la época pre-electoral. Por eso soy un convencido que una posición política de centro, que estimule la tolerancia y el respeto, sería lo más conveniente para superar la situación política nacional.