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La resistencia jurídica
El temor reverencial que en el mundo jurídico despierta la influencia de los grandes despachos de abogados hace que sean pocas las voces que se elevan para cuestionar las prácticas que éstos llevan a cabo silenciosamente.
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Viernes, 14 de Marzo de 2025

El temor reverencial que en el mundo jurídico despierta la influencia de los grandes despachos de abogados hace que sean pocas las voces que se elevan para cuestionar las prácticas que éstos llevan a cabo silenciosamente. Por esto mismo, el que en 1983 una de las denuncias más beligerantes surgiera de la Universidad de Nueva York, viniera precisamente de una de las figuras más rutilantes del panorama educativo legal americano y se materializara en forma de panfleto autopublicado hace de “Legal Education and the Reproduction of Hierarchy – A Polemic Against the System” uno de los textos más disruptivos que haya apuntado jamás al corazón de uno de los gremios más conservadores que existen dentro del panorama profesional.

Su autor, el flamante profesor Duncan Kennedy, auténtico rockstar de la abogacía y por quien tuve el honor de ser regañado hace una década cuando me colé en su oficina de Harvard mientras su asistente almorzaba, firma esta obra maestra de la resistencia jurídica. Su tesis, tan cierta como polémica, sigue estando vigente más de cuatro décadas después: las facultades de derecho fomentan jerarquías legales que son replicadas de manera análoga en las firmas de abogados, justificando las reglas bajo las cuales éstas operan y favoreciendo la mistificación del derecho frente al cliente. Así pues, la autoridad ejercida por el profesor luego se traslada al socio y las mismas desigualdades que vemos en la academia se reafirman en la pirámide laboral sin cuestionamientos.

En su ensayo, Kennedy hace preguntas incómodas que no reconocen fronteras. ¿Por qué hay tan pocas mujeres socias cuando constituyen la mayoría de abogados ejercientes? ¿Por qué la presencia de abogados de color en los grandes despachos de Bogotá es casi accidental o, incluso, inexistente? ¿Por qué las facultades de derecho no enseñan a los estudiantes asignaturas prácticas que les permitan abrir su propia oficina, sino que los impulsan a seguir alimentando el ciclo de explotación y descarte de las firmas tradicionales? Una sugerencia enfática de que “es más prudente besar el látigo que emprender tu propio camino”, como bien se resume en uno de los capítulos más contundentes.

Pero Kennedy también se va lanza en ristre contra la ridiculización que se hace desde la abogacía corporativa a otras ramas más alternativas, donde no pocas veces se tilda a los letrados de derechos humanos o causas sociales de “hippies” o indignos de la “élite jurídica”, desconociendo por completo que son únicamente éstos quienes pueden llevar a cabo genuinas transformaciones de la realidad a través de la ley. Un atributo infinitamente más valioso para Kennedy que cobrar por hacer actas de Juntas Directivas o contratos de compraventa que para él siempre serán “más mecánicos, menos creativos, con menor valor social y muchísimo menos divertidos”. Verdades como puñales que dichas en público provocarían malas miradas de los colegas.

Sólo a través de la desacralización de las firmas de abogados con textos como el de Kennedy podremos abordar debates importantes sobre las injusticias de su modelo de negocio. Una discusión necesaria por el bien de la profesión, así a algunos socios les moleste.


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