Mientras le sacaba una muela al último paciente del día, el doctor Eustorgio Colmenares Baptista le daba vueltas y vueltas a la idea que no lo dejaba dormir últimamente: la creación de un periódico que saliera de cuando en cuando y que le ayudara a su amigo Virgilio Barco en sus aspiraciones políticas de llegar al Concejo de Cúcuta.
Desde el teléfono negro y fijo de su consultorio llamó a su hermano León, al médico Alirio Sánchez y a Eduardo Silva Carradine con quienes ya había hablado del proyecto.
Todos eran afiebrados al periodismo pero no sabían ni mu de cómo organizar una empresa editorial.
Hablaron con el más interesado en el asunto, el ingeniero Barco, quien era el poseedor de la marmaja y a quien le propondrían que se metiera la mano al overol de ingeniero para financiar el proyecto. Y así fue.
Alguien les dijo que en Bogotá había un negrito chocoano simpaticón, que sabía mucho de periodismo y de organización de medios impresos. Se toparon así con Cicerón Flórez Moya, quien no lo pensó dos veces y arrancó pa Cúcuta, con cinco guayaberas, tres sombreritos y mujer e hijos.
Eustorgio cerró el consultorio y junto con su esposa Esther Ossa se le midieron al asunto. Los dos fueron el alma, y Cicerón, el nervio.
Compraron tres máquinas de escribir de esas grandotas, de carro gigante, y como no tenían impresora, les tocó acudir donde el padre Daniel Jordán, párroco de la catedral, que tenía una impresora vieja donde sacaba el periódico de la diócesis.
El cura se las alquiló con un acuerdo: Ni ellos, liberales recios, se meterían con la iglesia ni con los curas desde el periódico, y él no se metería con los liberales desde el púlpito.
La búsqueda de nombre fue otro escollo y motivo de discusiones: El Liberal, El Independiente, El Norte Rojo, y quién sabe qué otros nombres se les ocurrirían, hasta que surgió la idea salvadora: se trataba de opinar. Listo y hecho: La Opinión.
Así nació este periódico que fue arrasando a su paso con los otros periódicos y publicaciones de la época, y que salía cada semana.
Eso fue por allá en 1958. Dos años, después, en 1960, los fundadores decidieron que La Opinión fuera como el pan nuestro de cada día: todos los días. Ayer hizo sesenta años empezó a circular día tras día. A las cuatro de la mañana los suscriptores empiezan a recibir el periódico por debajo de la puerta, y a las cinco comienza la gritería de los voceadores por las calles y avenidas, que se escucha hasta más allá de las fronteras: La Opiniooooón.
Crear un periódico es fácil. Lo difícil es sostenerlo. Y actualizarlo y modernizarlo. En eso los Colmenares han sido unos genios: un odontólogo, un cardiólogo y una comunicadora social han tenido en sus manos el reto no sólo de mantener vivo el periódico sino de estar al día con los arrolladores avances de la tecnología y de la modernidad empresarial y comunicativa.
Hoy, La Opinión, bajo la dirección de Estefanía Colmenares, es uno de los grandes periódicos de Colombia. Los golpes han sido duros en el alma y en el bolsillo, unas verdes y otras maduras, pero ahí sigue vivito y coleando. Porque las satisfacciones también han sido grandes. Para orgullo de los nortesantandereanos. Es necesario hacer también un reconocimiento a los funcionarios, empleados y periodistas que han hecho y hacen posible que La Opinión salga adelante. Desde la señora de los tintos y la del aseo, los bajos mandos y los mandos medios y los altos mandos, todos tienen un solo objetivo: camellar duro y parejo en busca de la excelencia periodística.
Nos quedaron debiendo la torta de los sesenta años, pero cuando pase la pandemia los iremos a celebrar con vino tinto y tinta y buena letra y ponqué cucuteño. La magia de los Colmenares, unos adentro y otros afuera, debe seguir alimentando esta llama viva, que no puede sucumbir, por duras que sean las tormentas.