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La novela de Aída
Para conseguir las votaciones altas se inventó fórmula milagrosa...
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Sábado, 1 de Febrero de 2020

La compra de votos ha sido vieja costumbre entre los políticos costeños, al punto de que los sobornos a los electores tenían nombre propio: “milqui”, que era el valor de cada sufragio: mil quinientos pesos, dinero que servía a los electores para mitigar el hambre y para adquirir una botella de ron para compartir con los amigos. Una vez, un hombrecito me persiguió varias cuadras para que yo, que era periodista en un trabajo, le diera una botella de licor. Me tocó huir para librarme del pedigüeño, que creyó que yo era político en campaña.  

Así, la compra de votos no es rara en una región en la que la venta de votos no es rara, por el contrario, es normal en estas épocas en que los electores cambian de opinión por un asado, un regalo o un piquete. Por esa razón ocurre algo absurdo: políticos cuestionados alcanzan altas votaciones, a veces superiores a profesionales que trabajan en beneficio de sus regiones. Una amiga me confesó en una oportunidad que a los electores, para que  no cambiaran de opinión por un tamal, los encerraban en una corraleja y lo soltaban de uno en uno con la cédula en la mano. 

Para conseguir las votaciones altas se inventó fórmula milagrosa: se compraban los votos  mediante sistema que hacía imposible la trampa o el cambio de opinión: uno de los genios malvados era una dama, que primero llegó a la Cámara e iba a  ascender al Senado.  Pero fue descubierta, a pesar de que tenía el patrocinio de poderoso empresario. Fue condenada por compra de sufragios pero huyó de un tercer piso y se perdió a bordo de una moto. La fuga salió en todos los noticieros y se pensó que había logrado lo imposible: dejar a la justicia con un palmo de narices.

La fuga no duró mucho: la mujer cayó junto con su amante en Venezuela, que la está exprimiendo para saber todo sobre  la corrupción electoral en Colombia, un arma que servirá a Nicolás Maduro para reírse de la justicia colombiana, que puede esperar sentada la entrega de Aída Merlano, que está cantando en todos los tonos, pues sabe demasiado y todo lo va a contar. 

La mujer no es boba: sabe que hablar le servirá para tener mejor trato en la cárcel y que puede convertirse en un arma para ayudar a Maduro a sacarse el clavo del “presidente interino” Juan Guaidó, que no tiene el respaldo de los militares venezolanos y no podrá, por ahora, dormir en Miraflores, el palacio de los gobernantes en Caracas. 

De todas maneras, la novela de Aida solo va en el segundo capítulo. Faltan varios más. GPT    

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