El presidente Duque ha dejado ver que no está dando mermelada a diestra y siniestra. Aplaudo su voluntad, porque gobernar sin cuotas burocráticas ni contratos no va a ser fácil.
Acabar con la ineficiencia del Estado le va a costar, pero vale la pena.
Las estructuras políticas colombianas no resisten sin cuotas burocráticas o contratos públicos.
Desde el inicio del estado colombiano, hace más de dos siglos, ha existido el clientelismo y ha ido evolucionando hasta hoy. Próceres de nuestra independencia, como Bolívar y Santander, nos pueden dar un buen ejemplo de ello.
En la época independentista, la hacienda de Hatogrande era propiedad del sacerdote español Pedro Martínez. En 1819, Simón Bolívar le expropió la hacienda y se la adjudicó al general Francisco de Paula Santander.
Para ese entonces, este tipo de actuaciones eran consideradas moralmente correctas. Pues era apenas grato, en estos círculos de poder, favorecer a los allegados.
No obstante, con la evolución de nuestra joven república, se ha vuelto evidente que este tipo de acciones van en contra de un Estado que se define en servicio de los más vulnerables.
Afortunadamente, hoy es un escándalo que se roben $50 billones al año en el estado colombiano, o que se elijan a dedo funcionarios públicos.
El problema es que “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Cuando en campaña el presidente Duque se manifestó en contra de la corrupción y todos estos escándalos, era obvio que si ganaba, enfrentar a la corrupción le iba a significar poderosos contradictores.
Buena parte de los congresistas están disgustados, porque Duque ha nombrado funcionarios técnicos y del Gobierno de Santos en altos cargos de su Gobierno.
Lo anterior, sin darle prioridad a los políticos que participaron en su campaña.
Es satisfactorio que Duque actúe de esta manera, pues es así que se cambia la política mermeladera de tantos años en el Estado.
¿Cómo resistiría el Gobierno sin el apoyo del Congreso? Si los congresistas no tienen cómo responder sus propios compromisos electorales, ponen en riesgo su elección para el próximo periodo.
Ellos no se van a dar por vencidos tan fácil, y presionarán a Duque hasta que ceda, para que le acepten los proyectos de ley al presidente. Sin el apoyo de las mayorías en el Congreso, el Presidente no podrá ejecutar las reformas y proyectos de su agenda.
No basta con un presidente honesto para cambiar la forma de hacer política en Colombia, los 279 congresistas son los que finalmente tienen el poder de conservar o cambiar el statu quo.
Me parece valiente que Duque use su poder, arriesgando su gobernabilidad, para disminuir los niveles enfermizos de corrupción al que están sometidos millones de colombianos en la pobreza. Es obvio que los contratos públicos con “mordidas”, o nombramientos a dedo sin meritocracia, no acabarán en su totalidad de un día para otro. No obstante, esperamos que esta resistencia del Gobierno logre estimular el voto de opinión. Queremos fortalecer el ejercicio democrático, porque ese es el tema más relevante de nuestra ineficiente república. No hemos logrado que las necesidades de la población se vean plasmadas en el voto con suficiente transparencia.
La corrupción se adaptará a nuevas formas, y la democracia inevitablemente siempre estará expuesta a la codicia del hombre. Pero por ahora, la mermelada subió de precio.