Ahora que he podido comprobar los adelantos científicos y los avances médicos, no he podido menos que dejar de recordar mi lejana infancia en Las Mercedes. En el pueblo de aquel entonces no había puesto de salud, no había enfermera, no había droguerías y las distancias a cualquier centro hospitalario eran de días de camino.
Pero había un señor, un patriarca, de cabello blanco y bigotes grandes que le cubrían media cara. Se llamaba Luciano Manosalva y su oficio era preparar jarabes, pomadas, ungüentos y purgantes. Don Luciano compraba hierbas de toda clase y en algún tratamiento, cuyos secreto solo él conocía, producía los medicamentos necesarios para disputarle a la muerte sus pacientes.
Con fe de carboneros, las gentes acudían a donde Don Luciano y de allí salían dispuestos a enfrentar nuevamente a la vida.
Pero el viejo poco a poco fue desfalleciendo. Los años se le fueron haciendo pesados y lentamente dejó de ejercer su profesión salvadora.
Entonces apareció una señora a la que llamaron la médica Alicia, nadie supo de donde llegó ni cómo se instaló en el pueblo. Buscó en arriendo una casa en las afueras del pueblo y allí empezó a sembrar matas de toda clase y el cuento se regó que la médica Alicia estaba curando enfermedades como antes lo había hecho Don Luciano Manosalva.
La señora mezclaba hojas de yerbabuena, limonaria y caléndula, preparaba vermífugos y conocía las dolencias a través de las muestras de orina que los enfermos le llevaban. La doña sacudía el frasquito y lo miraba a contra luz y de inmediato daba la solución: tómese este jarabe en ayunas, tome una cucharada después de las comidas y al acostarse haga una infusión de agua caliente.
Las mamás le llevaban a sus niños con mal de ojo o con descuajes. La médica les hacía pases de sanación y en dos días las criaturas estaba vivitas y coleando.
Se corrió el rumor, alguna vez, de que la médica Alicia era bruja o que tenía pactos con el diablo y que de noche se transformaba en un ave de mal agüero que recorría la oscura población. Algunas señoras comenzaron a hacerle la guerra y a no creer en sus dotes de sanadora.
Así como apareció, desapareció un día cualquiera y los habitantes quedaron nuevamente en el abandono de técnicas de salud, hasta que el gobierno nombró una enfermera y construyó un pequeño local que funcionó con puesto de salud.
Recuerdo con gratitud a la médica Alicia y a don Luciano Manosalva, que se daban la pela por ayudar a los enfermos, de igual manera que ahora expreso mi gratitud eterna a la ciencia médica que me ha permitido superar graves insuficiencias del organismo. Todos los que se dedican al área de salud, sean médicos o enfermeras o sean yerbateros son dignos de nuestra perenne gratitud.