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La lección de Cali
Cali abrió un camino que debemos seguir los colombianos
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Domingo, 10 de Noviembre de 2024

 

En estos tiempos en que las buenas noticias son escasas, las maravillosas celebraciones con que se adornó la “Conferencia de las Partes” (COP16) nos dan un gran ejemplo de lo que se puede lograr cuando las autoridades estatales y el sector privado se unen para la realización de una obra.

Mucho se ha escrito sobre los resultados de la conferencia en la que, según los entendidos, fueron pocos los acuerdos internacionales aprobados para protección del medio ambiente, como casi siempre ha ocurrido en estos eventos. Sobre esto cabría observar que no es tan fácil obligar a los Estados, particularmente a los más poderosos, para que sacrifiquen sus modelos de desarrollo con el fin de favorecer un ideario global impreciso. Y, menos, que destinen grandes sumas de dinero para que los países tropicales, débilmente organizados, se lucren de sus riquezas naturales.

Países como Colombia pueden regular el uso de los recursos genéticos con controles severos y exigir el pago por su aprovechamiento. Y, en lugar de seguir con el discurso anodino sobre el medio ambiente global, se debería, por lo menos, erradicar la minería ilegal que se ejecuta en nuestro país con enorme maquinaria a la luz pública, e impedir el contrabando de especies animales y vegetales, que generan la destrucción de la biodiversidad.

No obstante, lo realizado por las autoridades regionales y locales vallecaucanas es verdaderamente excepcional porque, normalmente, los eventos internacionales de carácter técnico se desarrollan en recintos donde los representantes de los países miembros deliberan a puerta cerrada.

Pero los caleños se salieron del libreto ordinario y, como en un despertar inusitado, abrieron sus puertas de par en par para recibir a los visitantes con la fuerza de la diversidad vital de nuestro país; con la hospitalidad propia de una región que sabe celebrar con esplendor sus ferias anuales; con sus aires musicales más sonoros que nunca; y con una paz que había sido esquiva desde la furia del llamado “estallido social” que arrasó la economía de la región y redujo a la impotencia a una ciudadanía emprendedora, todo en nombre de una impostura reivindicatoria que sólo buscaba el imperio violento de las riquezas ilegales.

Cali abrió un camino que debemos seguir los colombianos: Tomar en nuestras manos el destino de las ciudades donde habitamos, y unir los recursos propios que son la solidaridad, el cumplimiento de las normas ciudadanas, el respeto por los otros y el cuidado de los bienes comunes para hacer mejor nuestro entorno. Y, por supuesto, respaldar a las autoridades municipales que, en casi todos los casos, no reciben apoyo del gobierno nacional y contrariamente, como en el caso de Bogotá, entorpece la ejecución de las obras en ejecución.

El presidente Petro ha inaugurado una extravagante forma de gobernar que es administrar los recursos nacionales como si fueran de su propiedad, y asignarlos a los municipios según sus preferencias políticas o personales. Este sistema es el utilizado por las dictaduras más arbitrarias que conduce a la corrupción y al despilfarro.

El ejemplo más próximo lo tenemos en Venezuela, donde el dictador Hugo Chávez despilfarró irresponsablemente durante los primeros diez años de su mandato la riqueza petrolera de ese país en una suma que se podría calcular en seiscientos mil millones de dólares. Las consecuencias de esa debacle las tenemos a la vista.

ramireperez2000@yahoo.com.mx


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