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Columnistas
La fiesta de los cipayos
La fiesta en Miami por la muerte de Fidel Castro, no representa al pueblo cubano.
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Domingo, 4 de Diciembre de 2016

Los que celebraron en Miami, con bailes y gritos estridentes la muerte de Fidel Castro no representan al pueblo cubano.

A ese respecto no tienen ninguna legitimidad. Son los herederos de un legado de servilismo de inspiración colonialista.

Su estirpe se lucró de los negocios de la trata de personas y del saqueo de los recursos cuando la isla era manejada como garito y burdel por  codiciosos e insaciables negociantes desde ultramar.

Como no pudieron continuar esa explotación porque la revolución les cerró el espacio de goce y de utilidad decidieron emigrar y autodeclararse ´perseguidos políticos´ bajo la protección de sus patronos del imperio.

Desde allí han oficiado con sumisión y obsecuencia, con la terquedad de no reconocer los resultados positivos  de los cambios tras la caída del nefasto régimen de Fulgencio Batista.

Pretender minimizar hasta el ultraje y la agresión la figura de Fidel Castro es una necedad que choca contra toda evidencia.  

Él es, por encima de sus detractores, uno de los más relevantes líderes de la historia en el siglo XX, tanto por la lucha que libró contra todas las adversidades, como por la revolución que consolidó para librar a su nación de la dependencia, del saqueo, de la miseria y de la corrupción.

Ignacio Ramonet, que lo conoció en lo más íntimo de su vida, hace esta afirmación: “Bajo su dirección, su pequeño país (100.000 km2, 11 millones de habitantes) pudo conducir una política de gran potencia a escala mundial, echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos dirigentes no consiguieron derribarlo, ni eliminarlo, ni siquiera modificar el rumbo de la Revolución cubana. Y finalmente, en diciembre de 2014, tuvieron que admitir el fracaso de sus políticas anticubanas, su derrota diplomática e iniciar un proceso de normalización que implicaba el respeto del sistema político cubano”.

La verdad es que en Cuba no hay abundancia en consumos, ni lujos sensualistas. No hay profusión de artículos como en otros mercados. La austeridad es evidente. Pero no hay pobreza extrema, ni hay bandas criminales, ni carruseles de saqueo de los presupuestos oficiales, ni dirigentes dedicados al enriquecimiento ilícito. Hay educación y salud para todos. Hay respeto por la vida. Hay una cultura que es patrimonio colectivo. Hay conciencia de la dignidad del ciudadano.

Los cipayos de la fiesta de Miami no conocen la nueva Cuba o calculadamente la ignoran para ser obsecuentes con sus amos, como si fueran esclavos resignados a ese destino de servilismo.

Con la convicción de que su causa no tenía la fragilidad del oportunismo ni del arribismo, Fidel Castro fue premonitorio en el juicio a que lo sometieron por el asalto al cuartel Moncada. Su aserto de que “la historia me absolverá” se ha cumplido. Su vida y su legado político reafirman su  sobresaliente visibilidad en la historia. Los cipayos pueden seguir en el baile  con que animan su propia derrota. No deja ningún rasguño.

Puntada

El turno es ahora para la Universidad de Pamplona, convertida en un escenario de rapiña en la disputa de la rectoría, sin ningún respeto por lo académico, a lo cual se da importancia secundaria, porque lo que cuenta es la gula alrededor del ponqué que algunos esperan devorarse.

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