Estados Unidos, Inglaterra y Francia en sus recientes elecciones han puesto a prueba a la democracia en su enfrentamiento con un populismo nacionalista de “derecha”, expresión visceral de un rechazo al mundo actual nacido de la globalización que pretende negar las realidades nacionales; del poder de lo financiero/especulativo sobre lo productivo creador de valores tangibles; del repliegue del Estado en favor de unas dinámicas de mercado ilimitadas y sin restricciones; de un verdadero tsunami tecnológico que amenaza con poner patas arriba el mundo del trabajo y de la producción como lo hemos conocido por más de dos siglos, desde la Revolución Industrial.
Un populismo nacionalista que recoge los votos de los sectores a quienes esos cambios están dejando a la vera del camino - obreros no calificados; agricultores, comerciantes y empresarios pequeños y medianos -; votos que antes iban en un alto porcentaje a una izquierda hoy superada por una crisis que no se ajusta a las predicciones del marxismo clásico y que terminó por dejar el espacio libre de la oposición, a la nostalgia nacionalista, ataviada de proteccionismo y de antiliberalismo en tanto este es cosmopolita, desdeñoso de los valores y sentido de lo nacional.
En Colombia, ese mundo ahora envejecido solo se asomó al escenario nacional a mediados del siglo pasado y lo hizo de manera parcial y en muchas ocasiones desfigurado; por ello acá permanecen en pie, cual dinosaurios sociales, muchas instituciones preindustriales (“premodernas”), como lo expresa la realidad de nuestro conflicto armado y las propuestas para su superación.
Un olor a viejo que se agudiza con los primeros trinos de una campaña electoral impulsada por Álvaro Uribe que pretende imponernos una inquisición moralista, que no moralizante, falaz sustituto de la crisis social, esa sí competencia de la política y del Estado, con el propósito medieval de inmiscuirse abusivamente en la conciencia y la habitación de los ciudadanos, mientras al alma de la sociedad la destruye el cáncer de la corrupción, la indignidad, la reinante falta de humanidad.
Colombia requiere con urgencia una dinámica democrática que la empuje para liberarnos de un medioevo social, ético y económico; una dinámica que abra nuevos escenarios de esperanza y dignidad; solo así podremos enterrar una historia triste que muchos, de derecha y de izquierda, quisieran mantener viva, como una herida que no sana. El mensaje político del electo Emanuel Macron a los franceses en este punto es válido para nosotros, liberarnos de los amarres que nos imponen unos y otros; soltarnos para navegar hacia el horizonte pero? en lancha propia.
Y no es Venezuela el camino a seguir como algunos maliciosamente insinúan y otros veladamente buscan, porque la experiencia del vecino reafirma que revolución y democracia finalmente son conceptos antagónicos.
En la revolución el rival es el enemigo al que hay que eliminar - toda revolución trae incorporado su pelotón de fusilamiento-. En la revolución o se gana o se pierde todo, obnubilada con su visión maniquea, cierra todo espacio para el acuerdo y la negociación.
La democracia por lo contrario es el reconocimiento y respeto de la diferencia, del otro; busca alcanzar los puntos de consenso, de acuerdos, y no la radicalización de los disensos, de las diferencias. Revolución y autoritarismo riman; por eso en los gobiernos revolucionarios las fuerzas armadas del Estado son omnipresentes y todopoderosas. El concepto mismo de revolución está imbuido de un espíritu religioso, de cruzada contra el mal, mientras que la democracia es laica y republicana, alimentándose con valores de civilidad. En Venezuela la lucha es por la democracia contra el autoritarismo populista, envuelto en la bandera de la revolución.
Estas experiencias le brindan a Colombia material para reflexionar sobre cómo enfrentar democrática y realistamente su actual circunstancia y dejar atrás tanta traba sin poner en peligro lo que somos y podemos ser. Para ello hace falta una posición independiente, sin ataduras con un pasado en mora de ser enterrado, con credibilidad ética y democrática, afincada en nuestra realidad pero sin encerramientos medievales, que despeje horizontes y ponga en claro las prioridades de la tarea a realizar. Una coalición de independientes que abra ese camino, una especie de Macron colectivo para el cambio político, ¿Fajardo, Robledo, Claudia López/Antonio Navarro?