Los partidos políticos son organizaciones representativas de los ciudadanos, con unas ideas y unos objetivos comunes. Esas colectividades tienen como finalidad principal el poder para el ejercicio de la función pública, es decir, gobernar. Lo hacen según su ideología o el conjunto de los principios que tracen su rumbo. Lo cual genera implicaciones colectivas, dado que determina en una u otra forma la vida de la sociedad en general.
Los partidos son fuerzas activas con responsabilidades muy concretas. Por lo cual están llamados a articular su liderazgo a la realidad y a las exigencias de su entorno y de su tiempo. Naturalmente, sus propuestas estarán ceñidas a la concepción que se tenga del Estado con respecto a los diferentes aspectos de su estructura.
La existencia de los partidos debe ser de interés general. No hay que subestimarlos ni excluirlos. Son parte fundamental del tejido nacional y por lo tanto lo que hagan tiene efectos en el engranaje del conjunto.
En Colombia es evidente la crisis de los partidos políticos. Los dos que tienen el sello de la tradición (Liberal y Conservador) entraron en una situación de estancamiento inocultable. Y los que se han formado en los últimos años no responden a directrices de cambio, ni parecen estar conectados con las prioridades de la nación. Han caído en prácticas que restan legitimidad a la política y propician la confusión en la interpretación de los problemas del país.
Para Colombia es grave el resquebrajamiento ideológico y de organización de los partidos. Sobre todo, en el caso del liberalismo, cuyas banderas progresistas dejaron de ondear en los horizontes de la nación. Muchos de sus dirigentes abandonaron las causas populares y en un juego de traición se convirtieron en cómplices de la corrupción. Otros terminaron enrolados en las filas del paramilitarismo y no faltaron los tránsfugas que van de tolda en tolda en desaforado oportunismo.
La presencia de los partidos es débil en la vida nacional. Ya no tienen los signos vitales de otros tiempos. Y lo más grave es su atraso en la interpretación de las nuevas realidades o de los problemas que genera una sociedad con tantas desigualdades acumuladas aunque en la Constitución se diga que Colombia es un Estado Social de Derecho.
La corrupción, el clientelismo, el abuso de poder, la complicidad con los actos erráticos de servidores públicos y la falta de rigor en el debate de los asuntos de gobierno, es parte del mal que padecen muchos dirigentes con lo cual dejan sin aire a sus colectividades y las ponen en el lugar equivocado. Todo eso contribuye al manejo desviado de las entidades oficiales y a un precario liderazgo en los escenarios públicos.
Es una situación de cuidado. Y debiera analizarse con suficiente rigor y tono autocrítico. Porque hay necesidad de contar con partidos que estén a tono con las nuevas corrientes que buscan hacer de Colombia una nación democrática. Para los sectores de izquierda este es el reto que debe asumirse en sintonía con las posibilidades de un acuerdo de paz.
Puntada
La constante concurrencia de faltas de todo orden en las entidades públicas le agudiza los problemas al país. Y hay tantos desgreños recurrentes, que resuena el parlamento dramático de Shakespeare en la voz de Hamlet, “Algo podrido huele en Dinamarca”.