Desde la aparición de los primeros casos de la COVID-19 en Wuhan a finales de 2019 y la llegada del virus a Colombia en marzo de 2020 hasta la noticia de la efectividad de las vacunas hemos vivido individual y colectivamente en un coma inducido, obligados a vivir un periodo de vida virtual, encerrados en nuestros domicilios, desdibujando el trato social y urbano a través de tapabocas, visores, distanciamiento y pantallas. El 2020 ha sido un paréntesis tanto en nuestra vida como en el devenir de las ciudades.
Este coma inducido que parece comprimir el espacio y detener el tiempo, ha trastocado nuestros valores y sentimientos y ha establecido nuevas prioridades. Al imaginar la ciudad posterior a la pandemia es necesario pensar en como reconciliar el distanciamiento social y las medidas de higiene con la necesidad de un territorio multifuncional y compacto que precise de menos desplazamientos en especial aquellos basados en el uso de combustible fósil. Ante todo, somos seres sociales y hemos decidido vivir juntos, y la ausencia de contacto físico es difícilmente sostenible. Por que tanto el intercambio de mercancías e información como el movimiento de las personas son inseparables del desarrollo económico, ante lo cual una ciudad compacta y de proximidades con una adecuada mezcla de usos se presenta como el principal logro para llevar una vida colectiva adecuada, donde dediquemos menos tiempo a los desplazamientos y más a compartir en familia y amigos.
Esta pandemia representa una tragedia sanitaria, social y económica, acompañada de dolor y muerte, pero este coma trágico nos ofrece a su vez una señal de lucidez para tomar conciencia de la extrema fragilidad de nuestra vida, la crítica vulnerabilidad del sistema social y la incapacidad de los gobiernos nacionales para dar respuesta eficaz ante las demandas que la COVID-19 simplemente acentuó. A esta situación se ha unido un drama político con profundas repercusiones: un presidente Duque y sus elites sonámbulas que infantilizan a la población a través de programas, discursos y poca acción, que trazan el camino para el populismo que busca “salvar a Colombia en el 2022”.
Al salir del coma inducido, seremos mas conscientes de nuestra fragilidad, daremos más importancia a los lazos familiares y a aquellas labores humildes indispensables para que la vida siga y demandaremos por cambios en todas las estructuras. Algunos ya se vienen dando. El vertiginoso desarrollo de las vacunas a nivel mundial ha demostrado el resultado de sumar innovación y recursos financieros en busca de mantener la salud humana. No obstante, no podemos olvidar que la innovación y el conocimiento estuvieron ausentes de las agendas municipales de gobierno hasta el 2019 que dejaron tras de sí una ciudad en desorden que demanda con más urgencia que nunca una transformación ciudadana, que cambio politiquería por tecnocracia como mejor herramienta para hacer frente al populismo corrupto y que pese a protestas sustentadas en desinformación y la necesidad de volver a viejas malas prácticas, sale a flote. La población cucuteña demando un cambio en quienes dirigían de forma cortoplacista. El pensamiento ciudadano se renovó, así como las ciudades pueden transformarse física y simbólicamente como mudan de piel algunos animales, también puede renovarse y regenerarse ética y emocionalmente.
*Arquitecto, Esp. Planificación Urbana y Regional, MG GESTIÓN URBANA.
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