Son muchas las cosas que producen alegría: la llegada de un ser querido que hacía tiempos no veíamos; el sancocho de los sábados en familia con algún aperitivo etílico; un paseo al río con asado y sancocho trifásico; una tertulia literaria con lectura de poemas y algún vino; unas onces con pasteles de garbanzo, masato espeso y una buena compañía; un concierto de música colombiana, una buena película o la lectura de un buen libro.
Todo eso es muy sabroso, cuando se puede, es decir, en épocas normales. Pero ahora en que la cosa se nos puso peluda por culpa de un maldito virus, no es mucho lo que se puede hacer, como se hacía antes. O sea, lo podemos hacer, pero cambiando alguna maneras.
Vi, por ejemplo, a través de mi ventana, a una pareja de novios en la calle, saludándose con el codo. Ni mano, ni abrazo, ni piquito. Codo con codo y nada más. Pienso que no debe ser muy placentero tocarle a la novia sólo el codo, pero la ley obliga. No pude ver, desde mi escondrijo, si se picaron el ojo o si se mandaron un beso al aire. Me consta sí, que no se manifestaron su amor con tocadita de nalgas, como enseñaba un video. Y lo poco que se dijeron, lo hablaron a metro y medio de distancia, como ordenó el alcalde. Ambos llevaban tapabocas. Ignoro si ambos estarían en la calle por virtud del pico y cédula o violaron la ley para encontrarse.
Pero lo que quiero resaltar es la alegría que se les notaba al verse, tal vez después de varios días o semanas. Se les veía en la mirada, en el movimiento de las manos en el aire tratando de acariciarse inútilmente y en la intensidad de sus sonrisas y carcajadas. Eso es lo importante en épocas de abstencionismo: Mantener la alegría.
Aconsejan médicos y gobernantes que lo que podamos hacer de manera virtual, lo hagamos, para evitar acercamientos innecesarios. ¿Pero cómo compartir un sancocho por internet? ¿Cómo darle palomitas de maíz a la compañera de trabajo cuando ambos están viendo la misma película, pero en sus respectivas casas? Una amiga cumplió años el sábado pasado y me envió una foto del tremendo desayuno que se estaba pegando. Yo pasaba saliva al ver el chocolate y el queso y la arepa rellena y las frutas, y al verla a ella empiyamada. Y volví a maravillarme con su sonrisa de recién levantada. Siempre alegre.
He visto por redes sociales a los integrantes de la excelente agrupación musical Alma de Colombia, obsequiándonos hermosas canciones colombianas. Pero además de que tocan bueno, lo hacen con una alegría que se les nota en las guitarras y en el bajo.
Le pregunté la semana pasada –por wassap, por supuesto- a una secretaria de oficina qué había hecho en estos días de enclaustramiento. Me contestó con una franqueza que me dejó boquiabierto: “Mi amigo, he aprendido a leer”. ¿Que qué?, le pregunté, sin creer lo que escuchaba. “Así como lo oye. Hacía tiempos no leía pues el trabajo no me daba descanso. Ahora he vuelto a leer y le he cogido el gusto a los libros”. Me dio mucha alegría oírle decir eso. De inmediato le ofrecí algunos de mis libros que duermen la cuarentena feliz. Me contestó sabiamente:
-Le tomé el gusto a leer libros, no a comprarlos.
Con que lea es suficiente. Dicen que después de esta pandemia, el mundo cambiará. Yo creo que si la gente vuelve a leer como la oficinista del cuento, es cierto que habrá grandes cambios. “La poesía cambiará al mundo”, dijo García Márquez cuando recibió los milloncitos del Nobel. Pero hay que leerla y disfrutarla.
Uno de los gustos más significativos al leer, se logra todas las mañanas cuando uno se levanta y encuentra el periódico por debajo de la puerta. Y una de las frustraciones más grandes en esta temporada es saber que pasan las horas y los días y el periódico no llega. Se siente uno como si le faltara el aire y el tinto negro y cerrero de los amaneceres. Como si a los ocañeros les faltara la arepa sin sal del desayuno, y a los amanecidos, el aguardiente del desenguayabe.
Sería bueno decirle a la directora de este periódico: Ya no más, porfa. Suficiente virtualismo. Devuélvannos la alegría de todos los días: leer La Opinión impresa. Será como una bocanada de aire en esta asfixia de las horas.
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