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Juego de niñas
¿Cuántas deportistas poderosas perdimos antes de tiempo porque les dijimos que eso que tanto querían no era juego de niñas?
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Miércoles, 2 de Noviembre de 2022

Cuando estaba en noveno de bachillerato le dije a mi papá que quería jugar fútbol en un curso al que estaban haciendo varias compañeras del salón, su respuesta fue mirarme con el ceño fruncido y replicarme que el fútbol no es juego para las niñas. Ya, eso fue todo para definir el asunto y para desinteresarme en el tema. A estas alturas no soy fanática de ese deporte, no por rechazo sino por desconocimiento, pero la celebración de felicidad en los camerinos de la sub-17 luego de clasificar en la final de un mundial (que tengo entendido es la primera vez que llega el país a este punto de la competencia), como la valentía de las integrantes de la selección alzando los puños durante el himno nacional en la Copa América en rechazo a la falta de compromiso de la Federación Colombiana de Fútbol, es algo que nos ha mantenido hablando entusiasmada y acaloradamente.

Yo creo que una razón es porque vemos en ellas la consecución de sueños que tuvimos en algún momento de nuestro crecimiento, pero que fueron negados bajo la consigna de que no eran apropiados para una niña. En ellas vemos esa posibilidad de anteponernos a esas convenciones sociales que nos siguen insistiendo que por haber sido niñas y por ser mujeres hay aspiraciones que están fuera de nuestro alcance, que deberíamos conformarnos con otras cosas y otros ritmos que no son nuestros.

No es solo en los deportes, se ha comprobado que niñas y niños empiezan teniendo rendimientos similares en matemáticas en los primeros años del colegio para después enfrentarse a un rezago de ellas con respecto a ellos afectando su vinculación e interés en las ciencias durante el bachillerato por culpa, en gran parte, de los estereotipos de género que refuerzan que no tenemos capacidades innatas para aprenderlas. Esto conlleva a que las mujeres tengamos una presencia menor al 30% a nivel global como investigadoras en las ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas (STEM en inglés) y que estemos subrepresentadas en esas carreras a nivel estudiantil y docente.

Me pregunto, ¿cuántas científicas brillantes perdimos antes de tiempo porque en sus primeras edades les enseñamos a peinar muñecas y llevar coches de juguete en vez de incentivar la curiosidad por la naturaleza y el amor por la ciencia? ¿Cuántas deportistas poderosas perdimos antes de tiempo porque les dijimos que eso que tanto querían no era juego de niñas, que deformaría sus cuerpos y que no tendrían un rendimiento igual que los hombres? Más aún, ¿cuántas han logrado anteponerse a todos estos obstáculos y hoy brillan en silencio, sin el reconocimiento a su labor y el apoyo para engrandecer y llevar a nuevos niveles su trabajo?

Eso demuestra que las luchas feministas no debemos darlas solo en torno a la eliminación de barreras legales y que los espacios de lucha no son solo en las calles y el congreso. La lucha feminista empieza con las niñas, con incentivar su curiosidad y apoyar los intereses que a muchas nos vetaron en nuestros años de infancia o juventud.

La lucha feminista empieza con las jóvenes para cultivar en ellas la confianza en sí misma que muchas vimos socavada en esos años. Y la lucha feminista empieza con las niñas y jóvenes que hoy las están llamando peyorativamente, lo que en mis tiempos se decía “machorra” o “nerda”, por disfrutar patear balones en el descanso o dedicarse a los problemas de física o química en las clases, para que se sientan reconocidas, admiradas y apoyadas. No nos podemos permitir perder más científicas y deportistas que nunca llegaron a ser. ¡Este es el tiempo de ellas!

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