-Andad y buscad a ese niño –les dijo Herodes el Granhijuedetal, al que llamaban el Grande, a los meteorólogos de oriente- y cuando lo hayáis encontrado, avisadme para ir yo también a adorarlo.
Pero los visitantes no eran unos inocencios. El negrito, que se las sabía todas y una más, le adivinó las negras intenciones del monarca. El calvito se dijo “lo que nos falta en pelo nos sobra en malicia”, y yo a este tipo lo veo muy nervioso. Algo se trama. Y el tercero murmuró en voz baja: “¡Tan toche! Lo que quiere es meternos los dedos en la boca”.
El evangelista, por esa razón los llamó “adivinos”, porque le adivinaron a Herodes los deseos de eliminar al Niño Dios, a quien los científicos del espacio iban buscando, guiados por una nueva estrella, para rendirle tributo de adoración.
De modo que los adivinos siguieron hacia Belén, hallaron al Niño, le dieron sus regalos y le hicieron pistola al Grande: Regresaron a sus países por otros caminos. Cuando el rey supo que los tipos le habían mamado gallo, montó en cólera y ordenó, por el procedimiento que los dictadores llaman “fast track”, dar muerte a todos los niños menores de dos años, dentro de su jurisdicción.
Dicho y hecho. Ese veintiocho de diciembre se inició la matanza de inocentes criaturas, que eran arrebatadas del seno de sus mamás, para ser pasadas por la daga, la bayoneta, el puñal y la espada.
¿La causa? Que los adivinos de oriente, dándose ínfulas de magos, soltaron la lengua delante de Herodes y le dijeron que había nacido el rey de los judíos. Herodes I, el Grande, no podía permitir que hubiera otro rey, porque perdería su propia chamba, por lo que, al no saber cuál era el niño, hizo tabla rasa y ordenó lo que ordenó, con la seguridad de que el nuevo rey caería entre los degollados.
Pero le salió el tiro por la culata, o mejor, el que manda, manda. José era un soñador empedernido, se quedaba dormido en cualquier silla y de inmediato empezaba a soñar, y además, tenía un ángel, que se le aparecía en sueños, y con el que se habían hecho muy amigos, tanto que lo mantenía informado de todo lo que sucedía a su alrededor. En otras palabras, la Sagrada Familia tenía su propio noticiero. En las noticias del 27 de diciembre, el ángel presentador le dijo: José, corre hacia Egipto, porque mañana se va a iniciar una masacre, estilo Farc y paramilitares en Colombia. Vete ya, con burrita, mujer y niño, de manera que mañana, cuando amanezca ya estén a salvo en otro territorio.
Se salvó Jesús, gracias a Dios, pero cayeron miles de inocentes, que tiñeron con su sangre las calles de aldeas y ciudades de Judea.
Desde entonces en todo el mundo se recuerda a los mártires infantiles, pero se les recuerda no tanto con oraciones y con misas, sino con inocentadas que los más vivos les hacen a los inocencios, es decir, a los caídos del zarzo.
Las pegas o inocentadas van desde ofrecer tinto con sal hasta dar una noticia falsa: Te felicito, Juan Fernando, acaban de dar la noticia por televisión: que De la Calle hizo trampa y ahora el candidato eres tú. Juan Fernando, aturdido, no halla qué hacer, si brincar de alegría o llamar a Juampa. Y en ese constante aturdimiento, escucha la voz inmisericorde: Pásela por inocente, candidato, y sígase echando crema para las quemaduras.