Es un problema global, no solo nuestro. En enero, la inflación en Estados Unidos alcanzó un 7,5% anual, la más alta en cuarenta años. En Europa, las perspectivas de recuperación económica están condicionadas a la incertidumbre de la inflación que se prevé que alcance un 3,9% este año.
El año pasado, la economía latinoamericana creció 6,2% y para 2022 se espera un 2,4 %, seis décimas por debajo de las estimaciones iniciales, por cuenta de las presiones inflacionarias.
En ese contexto comparado, a Colombia no le ha ido mal. Crecimos un extraordinario 9,7%. Si la inflación regional promedio fue del 7,2%, la nuestra fue 5,62%. Sin embargo, lo cierto es que es el aumento de precios más alto en los últimos cinco años y estuvo muy por encima de la meta anual de 3%. Y que la cifra de enero de este año es muy preocupante. Para el mes fue de 1,67%, la mayor variación para un enero desde la implementación del mecanismo de inflación objetivo.
Las causas de este aumento de la inflación es mixta. Hay factores externos que son comunes. Los confinamientos generaron una caída en la producción de muchas materias primas, artículos y mercancías, y un quiebre de las cadenas de suministros. Muchos gobiernos, como el nuestro, establecieron mecanismos de subsidios e inyectaron dinero extraordinario a las economías. Con las aperturas, aumentó significativamente el consumo, los precios de petróleo, carbón y gas se dispararon, y se presentó una crisis mundial en el transporte marítimo, tanto de buques de contenedores como graneleros.
En nuestro caso, el problema mayor ha sido el disparo del precio de la canasta de alimentos, un 19,98%, su variación anual más alta en la historia, y que impacta de manera particular a los más pobres.
Acá se suman la devaluación acelerada y el aumento del salario mínimo muy por encima de la inflación y su efecto de indexación. Y para los alimentos, el mayor costo de los insumos agropecuarios y concentrados, la ola invernal y los impactos de los bloqueos criminales del año pasado que generaron desabastecimiento y significó la pérdida de millones de litros de leche y animales en la avicultura y la porcicultura. Por eso sorprende el cinismo del “comité del paro” que cita a nuevas protestas para marzo.
El panorama para este semestre no es halagüeño. No es previsible que se solucione la crisis logística marítima ni que bajen los precios de los insumos y concentrados. El precio del trigo sigue muy alto por bajas cosechas. Las heladas han afectado varios productos, en particular la papa. La indexación por el aumento excesivo del salario mínimo seguirá presente. La incertidumbre por las elecciones aumenta el riesgo político, en especial porque el puntero en las encuestas es un irresponsable que, entre otras gracias, amenaza con poner a funcionar la maquinita de hacer dinero. La presión sobre la tasa de cambio se mantendrá porque no se ve una mejora sustantiva en el déficit externo ni en el fiscal. Las medidas gubernamentales para frenar el alza de los alimentos son insuficientes y, en todo caso, hay que rezar para que no se les ocurra incrementar aranceles o establecer mecanismos de control de precios que siempre son perjudiciales. Hay que aguantar hasta el segundo semestre, cuando la situación debería mejorar.
En fin, el Banco de la República aumentó en cien puntos su tasa de interés y es previsible que los aumentos sigan al menos hasta mediados de año. Aunque la tasa de interés sigue siendo negativa y el Banco hizo lo que le correspondía, el riesgo está en que se frene el crecimiento de la economía y, por esa vía, se afecte el empleo. Ya veremos.