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Hay días en que somos tan…
Hay días en que ya no halla uno para donde coger. Ya ni siquiera tiene validez el dicho aquel de “Apague y vámonos”, porque, ¿para dónde nos vamos?
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Lunes, 3 de Julio de 2017

Razón tenía Porfirio Barba Jacob cuando escribió su Canción de la vida profunda. Hay días en que, dijo él, somos tan móviles como las leves briznas al viento y al azar. 

Hoy pensamos –digo yo- de un modo y mañana de otro. En la mañana sonreímos y en la tarde peleamos por cualquier cosa. Días en que damos clase de moral y luego nos vendemos a cambio de un plato de lentejas o de un poco de mermelada. Porque la mermelada no es sólo para los congresistas. Cualquiera vende su manera de pensar. Y se engruda.

Hay días, dijo Barba, en que somos fértiles como el campo en abril. Y también los hay, le ayudo, en que somos estériles. No producimos nada. No damos ni los buenos días.

Hay días en que somos tan sórdidos, tan mala gente, tan poca cosa, que nos importa un pito hacerle mal a los demás. 

Días en que somos plácidos, alegres, festivos, mamadores de gallo, y días en que estamos malhumorados, que nos levantamos con los trapitos al revés, que contestamos con tres piedras en la mano.

Barba Jacob, además de un gran poeta, fue un gran filósofo. Dice que hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, que nos depara en vano su carne una mujer.  Pero el tipo era como garoso porque dice que después de acariciar y besar y no sé qué más, la redondez de otro fruto nos vuelve a estremecer. Pueda que sí, pueda que no. Porque ya con los años, sucede lo que dice un amigo mío: “A uno ya, ni gallina que le den”.  

También dice don Barba que a veces somos muy lúgubres. Es cierto. Pesimistas. Negativos. Como que nada funciona, o todo sale al revés de cómo lo habíamos planeado.

Ahora pienso que si Miguel Ángel Osorio (verdadero nombre de Porfirio Barba Jacob) hubiera vivido en esta época, su Canción habría sido más extensa y más profunda. Y le sobrarían temas: Las mentiras de Santos, la justicia que deja libres los presos que ordena Timochenko, los lloriqueos de los santistas, el sueldo que se suben los congresistas a su acomodo, la corrupción del fiscal anticorrupción, el camino que nos está mostrando Venezuela, etc., etc., y etc.

Hay días en que ya no halla uno para donde coger. Ya ni siquiera tiene validez el dicho aquel de “Apague y vámonos”, porque, ¿para dónde nos vamos? 

Hay días en que estamos tan de malas, tan de malas, que ni siquiera el periódico nos llega. Antier, por ejemplo, era domingo, día de leer periódicos y revistas en la cama, mientras la mujer sigue roncando. Pero no me llegó La Opinión, tal vez porque al distribuidor se le perdió mi dirección, o le dieron orden de pasarme por alto, o no alcanzaron los ejemplares de la edición dominical. 

Y así me quedé sin saber qué había pasado en el mundo,  si ya Maduro se había caído, si habían soltado más presos de las Farc y cómo iban las fiestas de san Pedro y san Pablo en nuestros pueblos.

¡Qué jartera!  Un domingo sin periódico, queda uno más aburrido que mico enjaulado. Eso dicen.

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