Hasta ahora me entero de que el mes de marzo ya va a terminar, lo que quiere decir que ya llevamos tres meses de este 2017 y aún tenemos en la boca el sabor de las hayacas decembrinas y en los oídos la música fiestera de fin de año.
Hasta ahora me entero de que hay muchas cosas por hacer y sólo nos quedan ocho meses para hacerlas en este año. Digo ocho, porque diciembre no se cuenta, siendo como es el mes de la vagancia, la fiestolaina, los aguinaldos y la jartazón.
Hasta ahora me entero de que el presidente Santos hasta ahora se entera de los aportes que le hicieron a su campaña. Y viéndolo bien, nuestro pobre presidente tiene razón. Él estaba enredado en cosas mayores como sus aspiraciones a alzarse con el Nobel de la paz y poco tiempo tenía para mirar el estado de sus finanzas en campaña.
Hay que ser justos. Las minucias como la contabilidad, el reparto de mermelada, los contratos a dedo y los problemas del país eran temas que no lo trasnochaban y por eso no se enteraba de nada. De lo que sí estaba enterado el señor presidente era de las palancas ante el parlamento noruego, de la bendición de Francisco y del visto bueno de Timo. Él estaba en lo que estaba.
Por eso no entiendo a los de la oposición que le sacan en cara el no haber estado enterado de las cosas que han venido sucediendo en el país. Seguro –dicen- que todavía no se ha enterado de que la frontera con Venezuela está cerrada y de que las tropas venezolanas se meten y acampan y hacen lo que les da la gana en territorio colombiano. Tienen razón, pero es que esas son cosas sin importancia de las que no tiene por qué estar enterado.
Un buen presidente debe estar para cosas de altura, como llamarles la atención a sus ministros cuando muestran la paloma de sus solapas un tanto descuidada, sin sacarle brillo, en contra de la directiva presidencial que ordenó mantener brillante y en buen estado el animalito de Noé.
Un buen presidente está para viajar y visitar países y hablar con diversos mandatarios del mundo entero, cosa que debemos agradecerle a Santos porque pone por lo alto, por las nubes, su carismática imagen, para bien de nosotros sus sumisos gobernados.
Un buen presidente sabe amenazar y sacar provecho de la amenaza, como cuando dijo que si no se aprobaba el acuerdo de La Habana, la violencia se iba a trasladar del campo a la ciudad, o ahora cuando acaba de anunciar que no garantiza la seguridad de los que salgan a marchar el 1 de abril, según dicen las redes sociales.
Nuestro presidente no está enterado de la violencia que nos sigue maltratando, de los problemas de nuestra salud, de la sed en La Guajira. Y eso está bien. Que no lo sepa. Para que no se estrese, para que no se desvele, para que no pierda el apetito. Porque un Nobel enflaquecido, nervioso y enfermo no nos conviene. Por eso y mucho más es preferible que siga sin enterarse de que el país se le descuadernó en sus manos.