El próximo lunes 14 de diciembre se formalizará el triunfo de la fórmula Joe Biden y Kamala Harris en Estados Unidos, con la reunión del Colegio Electoral que ratificará la elección con base en los delegados (306 vs 232, seguramente); sin embargo, es altamente probable que el presidente saliente Trump y un sector de su partido sigan sin reconocer el triunfo, lo cual significará un golpe a la legitimidad del nuevo gobierno y un anticipo de lo complicado que será contar con una especie de ‘candidato en campaña’ desde el día uno y adicionalmente con el Senado bajo control del Partido de oposición.
Esto es importante tenerlo en consideración, porque puede haber excesivo optimismo y esperar cambios muy profundos. Claro que habrá cambios, pero serán más incrementales que demasiado rápidos. Porque el nuevo gobierno tiene que manejar las relaciones, nada fáciles, con el Partido Republicano y propender, como ya lo ha anunciado el presidente electo, por volver a lograr una cierta unidad nacional. Adicionalmente, con las secuelas de la crisis económica y social, asociada a los efectos de la COVID-19, lo que implicará restricciones económicas.
En las relaciones globales, si bien el presidente Biden ha dicho que USA está listo a reasumir el liderazgo mundial, pero esto no será fácil, porque no todos sus aliados europeos están dispuestos a asumirlo sin condiciones y el gran interrogante es cómo se van a reanudar las relaciones con China, de una parte y con Rusia de la otra. En un contexto donde China parece estar cada vez más dispuesta a asumir su rol de actor global de primerísimo orden y Rusia igualmente preparada a buscar que se le reconozca como gran potencia global con ciertas áreas estratégicas de su interés. El daño causado, en términos de credibilidad, por las decisiones cuestionadas del gobierno Trump, no se va a superar fácilmente. La situación con Irán y en general en Medio Oriente y Asia Central serán temas de manejo complejo.
En relación con América Latina, pese a seguir siendo poco relevante, se ha planteado un plan de ayuda a Centroamérica para tratar de disminuir la oleada de migrantes, pero esto se enfrentará a dificultades presupuestales y a la realidad que fenómenos climáticos que han golpeado fuertemente a varios de estos países, más bien pueden incidir en estimular las migraciones.
Se espera que a mediano plazo se busque retomar la senda de normalizar las relaciones plenas con Cuba, que había iniciado el Gobierno Obama. En el caso de Venezuela, la situación seguirá siendo sensible, pero es posible que la agenda la retome el Departamento de Estado más que el Comando Sur, como ha sido en el gobierno Trump y seguramente se irá desplazando cada vez más a buscar una salida de elecciones concertadas. Con Colombia seguramente se imponga el pragmatismo de las relaciones bipartidistas que han tenido los dos países, pero temas como el apoyo a la implementación del Acuerdo de Paz y los Derechos Humanos se mantendrá y seguramente igual la presión por la disminución del área de cultivos de coca, pero no necesariamente acudiendo sólo a la fumigación, como en el gobierno Trump.
Con gobiernos como el de Bolsonaro en Brasil, es probable que las relaciones tiendan a enfriarse y a buscar una ‘normalización democrática’, antes de supuestos ‘ejes’ con los que se especulaba con el gobierno de Trump.
Un interrogante es qué va a pasar con la presidencia del BID, un candidato impuesto por el gobierno Trump y la aceptación de algunos gobiernos de la región, y si la OEA seguirá con una agenda monotemática centrada en el caso venezolano.