De malas, mi amiga Alcira. Cumplió años en mayo y se graduó en junio. Ambas fechas en cuarentena. Lo lamenté por ella, pero me alegré por los papás a quienes las dos celebraciones les iban a salir por un ojo de la cara.
En efecto, la víspera de año nuevo estando la noche serena, antes de los abrazos de la media noche, la niña les dijo muy seriamente que en este 2020 que ya casi comenzaba, no le celebraran su cumpleaños, pero que de regalo de grado quería un crucero por el Caribe, que harían algunas de sus amigas y compañeras de grado. Los papás, de modesta clase media tirando a baja, no podían entender que la celebración de un grado en tecnología de asuntos financieros y organizacionales pudiera ser motivo para un gasto de tal magnitud, calculado en dólares y traducido a pesos, pero era la niña, la única hija, y había que complacerla como fuera.
El papá, don Roberto, haría un retiro parcial de sus cesantías y la mamá, doña Josefa, haría un préstamo en el almacén donde trabajaba, con el fin de complacer el tan anhelado sueño de su heredera, la que, después de graduada, les ayudaría a sacar la pata del barro.
Pero una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando, según el decir de los arrieros. Nadie se imaginó que este año nos llegaría el malnacido bicho que acabó con planes, proyectos y soñados futuros. Cuando empezó la bulla, Alcira y sus papás creían que todo pasaría en quince días Al fin y al cabo, el gobierno sólo había decretado quince días de cuarentena, pasados los cuales, la cosa volvería a la normalidad.
¡Cuán equivocados estábamos Duque y yo, el papa Francisco y el cura de Las Mercedes, Donad Trump y Maduro, la Organización Mundial de la Salud y mi prima, la enfermera!
Todo cambió a partir de la pandemia. Y también las graduaciones que ahora se hacen desde lejos. Sin vestido de gala, sin abrazos, sin picos, sin nada. Por internet, el rector del Instituto donde se graduó Alcira, echó su discurso, en el que aseguró que ningún animalejo por venenoso que fuera, detendría la educación ni en el mundo ni en su instituto. Que las puertas estaban abiertas para todo el que quisiera superarse en tiempos de pandemia y que también las cuentas estaban abiertas para los pagos virtuales de matrícula y demás.
Pero ni mi amiga ni sus progenitores estaban para escuchar discursos por celular. Ni siquiera le pararon bolas a la lectura de la lista de graduados, que hizo la secretaria, que iba mostrando ante las cámaras los diplomas correspondientes.
Y ni se acordaron del mosaico que habían mandado a hacer con todas las fotos de las graduadas para tener un recuerdo de ese día tan especial. Escasamente la mamá estuvo pendiente de la bendición que un cura dio a todos los videoasistentes, después de la supuesta graduación.
La preocupación en ese momento era otra. La plata que le habían dado a la empresa de viajes que organizó el crucero, pues la gerenta les había garantizado que en el mes de julio todo habría vuelto a la normalidad, de acuerdo con la información de un contacto muy cercano a la Casa de Nariño. Desde Abril habían pagado el valor del tour, y ahora se esfumaban las esperanzas de que la niña conociera el mar y los moluscos y los atardeceres y el bamboleo de las olas.
Otro día sería. Pero ¿y la plata? Porque ahora dicen que el encerramiento va hasta diciembre y que la novena y los villancicos serán virtuales. Lo malo es que un viaje no puede hacerse virtual. ¿O tal vez sí?
gusgomar@hotmail.com