Como “La matanza de las bananeras” fue designado el genocidio cometido en Colombia, en el municipio de Ciénaga (departamento del Magdalena) por la fuerza pública del Estado bajo el mando del general Carlos Cortés Vagas, los días 5 y 6 de diciembre de 1928, contra los trabajadores de la empresa norteamericana United Fruit Company, que se encontraban en huelga reclamando mejores condiciones laborales. Esa acción letal dejó unas 2.000 víctimas. Fue un crimen atroz, el cual se pretendió minimizar, aunque por su magnitud no se podía ocultar la gravedad del hecho.
Desde la Cámara de Representantes, corporación a la cual había llegado con aval del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán revivió ese exterminio a sangre y fuego de los trabajadores bananeros. Con su oratoria que ya era recia denunció la sombría acción oficial consentida por el gobierno que presidía el conservador Miguel Abadía Méndez. Gaitán describió con irrefutable precisión esa orgía de muerte y demostró el exceso a que habían llevado a los soldados de un ejército llamado a preservar la seguridad de sus compatriotas. Su discurso fue un expediente con pruebas revestidas de certezas, el cual desmontaba la distorsión con que se pretendió ocultar la atrocidad consumada.
Casi cien años después la matanza de las bananeras es un capítulo relevante en el tejido de violencia de Colombia. Se ha repetido con insistencia y fiereza ese ejercicio de exterminio. Ha tenido aplicación en la población campesina con la finalidad de apropiarse de las tierras de su legítima propiedad. Con esa operación fueron llevados al desplazamiento miles de colombianos dedicados a la producción agropecuaria. Se incrementó el despojo y se agudizó la pobreza articulada a la violencia. El feudalismo expandido como trampa se impuso con sevicia y desmanteló la posibilidad de promover el desarrollo para el bienestar común.
Las acciones de injusticia jalonaron la desigualdad y esta ha sido caldo de cultivo de una violencia con diversos enlaces y caracterizaciones. Y en ese remolino la criminalidad se expande sin contención con el patrocinio de diferentes intereses. Así el país ha padecido masacres recurrentes bajo la férula de diferentes actores, incluidos los de investidura oficial. Exterminio como el de los trabadores bananeros se repitió con la Unión Patriótica. Dirigentes y militantes de ese partido cayeron en la tempestad homicida de mafias y descarriladas entidades públicas. Fue una operación de barbarie realizada con cálculo político de finalidad perversa.
Y en ese amasijo genocida está el capítulo de las ejecuciones extrajudiciales, con sus 6.402 víctimas, bautizadas como falsos positivos.
La impunidad ha sido complaciente con tantas desgracias. Y a eso se agrega la falta de voluntad de algunos sectores dirigentes en la construcción de la paz que demanda la nación después de haber padecido tantos horrores generados por la violencia recurrente.
Con ese balance de muertes ya debiera existir una conciencia generalizada de paz, a la cual debe llegarse con la lucidez que corresponde respecto al valor integral de la vida. Sobre lo cual no debiera predominar ninguna reticencia.
Puntada
Para todos deseo una celebración de navidad feliz, libre de accidentes que pueden evitarse.
ciceronflorezm@gmail.com
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