Comenzó noviembre, un mes al que tradicionalmente se le ha llamado el mes de las ánimas, de los muertos y de los espantos. ¿Por qué? Tal vez porque el 2 de noviembre está dedicado por la Iglesia a honrar a los muertos, y los cementerios se llenan de flores blancas y de responsos y de olor de incensario y de muchos requiescat in pace.
Noviembre tiene sus cosas especiales. Es un mes de lluvias. De alegres lluvias. Y los ríos se crecen. Y cuando el río suena es porque lleva piedras, y si suena mucho es porque se ahogó la orquesta. Las carreteras se derrumban, los caminos se encharcan y los techos se goterean.
“De noviembre casi no me acuerdo, porque la niebla era tan espesa que no dejaba ver los días”, dice Cote Lamus en su hermoso poema ‘Nana en el tiempo’. En noviembre los cafetales se llenan de frutos rojos y las muchachas del campo estrenan vestidos de flores y el alma de los campesinos se llena de gozo.
El 22 de noviembre es la fiesta de santa Cecilia, la patrona de los músicos, y esa noche los mariachis intercambian serenatas, los tipleros sueñan con amores y bambucos, y las papayeras estrenan soldaduras en sus instrumentos y parches en los tambores.
ES un mes que comienza rindiéndoles tributo a Todos los Santos, porque los días del año no dan abasto para tanto santo, como quien dice no hay altar para tanta gente, y entonces la Iglesia los arregla a todos en una sola misa y unas mismas limosnas. Hay mucho santo anónimo que ni siquiera figura en el almanaque Brístol.
Las comadronas decían que los nacidos en noviembre son berrietas por naturaleza. Tienen razón. Me consta.
Pero lo más grave es el cuento de que en este mes abundan espantos, fantasmas y los espíritus malignos que se toman las calles, los caminos y los cementerios. Hay gente que por estos días anda con los pelos de punta, por temor a seres que dizque regresan de ultratumba, a recoger aquellos pasos que dieron mal dados, o a terminar alguna tarea que dejaron empezada o a señalar donde hay tesoros ocultos, morrocotas que llaman. O tal vez a prevenir a los pecadores para que dejen de pecar.
Dicen que en noviembre salen de noche carros fantasmas, manejados por mujeres hermosas que invitan a hombres a dar un vueltón. Hay zoquetes que caen y se suben al carro y la tal viejota se va transformando en un esqueleto. ¡Qué miedo!
Cuentan los choferes nocturnos, que varias veces se han topado en la carretera con un bus cargado de diablos y de diablas. Pero sólo sucede en noches de noviembre.
En una crónica reciente publicada en el suplemento infantil de este periódico, el escritor José Antonio Amaya nos cuenta que en su pueblo, San Calixto, la costurera veía procesiones de ánimas que pasaban de noche por el frente de su casa. No lo dice, pero supongo que era en noviembre.
En Ocaña es famosa la visión de Antón García de Bonilla, que pasa a la media noche en su caballo rumbo a la iglesia de Santa Rita, donde quedó debiendo una promesa. Las muchachas se asoman a las ventanas para verlo pasar, pero las que lo ven, dizque quedan hechizadas y nunca se pueden casar.
En Las Mercedes se ve desde el pueblo una luz que sube y baja por el camino que conduce a la vereda de Miraflores. Es extraño porque en Miraflores sólo se dan mujeres hermosas, y no espantos. Es que las noches de noviembre tienen sus misterios…y sus encantos.
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