Si uno aprende a esperar, lo invisible comienza a envolver la mirada en una larga sombra que asoma a la belleza, con esa tonalidad crepuscular de las estrellas cuando duermen en su exilio solemne.
Y si escucha el camino del silencio, imagina el universo repicando su voz azul en los sentimientos, o reflejando en una aurora las huellas de la libertad, enlazadas en un espejo de lunas, susurrando horizontes.
Las lecciones de los pájaros trinando, o las hojarascas a nuestro paso, vuelven el tiempo un sueño prodigioso, un faro lejano que anuncia los mejores instantes para invitarnos a imaginar la eternidad.
Una minuciosa lluvia comienza a regar el pensamiento, a contar la vida como una leyenda pura, con las palabras bonitas que ha ido hallando el alma en su peregrinaje y ahora guarda en su viejo morral de secretos.
El espíritu está más comprometido con la verdad, con la sugerencia noble del corazón que quiere entrecruzar los hilos del destino -sin afanes-, fiel a la costumbre de cosechar su intuición.
La esperanza se va colgando de los colores frescos de las mariposas, renovados por la sonrisa de la intimidad que se despertó al presentir los arrullos de una fiesta, una canción, un arroyuelo, o una luz enamorada,
Sólo los años enseñan esa noción inmortal que desciende lentamente, como un polen que se recuesta en su lecho de pétalos, o como la red que atrapa las cenizas de los recuerdos cuando regresan con el viento.
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