El país vive hoy unos de los hechos más neurálgicos de su historia: un país sumamente polarizado y fragmentado, unas elecciones con matices de singular divergencia y confrontación, unas demostraciones claras de corrupción sin justicia que actúe, un proceso de paz esperando los resultados de los comicios para asumir la etapa del posconflicto, unas guerrillas (Los Pelusos y los Elenos), extremadamente beligerantes en las fronteras con Venezuela y Ecuador y una nación con niveles de pobreza, exclusión e inequidad alarmantes. En eso estamos. En conclusión, la situación general de Colombia es inmensamente preocupante.
Ante tan difícil cuadro de cosas, para esta columna, parto de la base de que cada uno de los colombianos debería considerar como marco general del comportamiento humano lo que está consignado en los primeros artículos de la Constitución que sostienen que el estado está fundado en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general sobre el particular.
Seguramente buena parte de la población colombiana acata y respeta esas normas conductuales. Pero como siempre cuando se arma una ley, al ladito se hace la trampa, es posible que cada quién ajuste su trabajo y su accionar en la vida a otros parámetros y tengamos al final que la conveniencia fuerza a adoptar medidas “non sanctas” y a cambiar el ritmo del mundo. Incluso también se puede dar que se acuda a la mentira, al irrespeto o hasta la fuerza bruta. Así las cosas, es probable que no haya buen futuro para Colombia y que no se consiga un proyecto claro para el país.
En las campañas electorales de los últimos tiempos, con el prurito de que la política es dinámica, de que cada día trae su afán y de que hay que sostenerse en el “churubito” a como dé lugar, cada vez menos importan los principios y los aspectos programáticos de los candidatos y mucho menos sus antecedentes o realizaciones.
Si bien es cierto que en las diversas campañas presidenciales pareciera que existe un consenso sobre el hecho de trabajar en contra de la corrupción y el clientelismo, la verdad es que éstos están por todas partes y la gente se olvida del tema por las conveniencias. Y en el mundo actual, a la gente se le hace fácil acoger el tema de la conveniencia personal como su norma o proyecto de vida, por encima de los principios.
Por la conveniencia de vivir mejor, de ascender posicionalmente o de sostenerse en el puesto, de ganar más, de conseguir un contrato o negocio, de lograr cualquier objetivo comercial o político, no importan los medios, si no el fin. Cualquiera se lanza a venderle el alma al diablo, a hacerle tributo al dios del dinero fácil, a proteger su ineficiencia o la de otra persona, a promover la criminalidad, a apoyar la impunidad, a patrocinar el engaño, a fermentar el vicio, a acceder a los contubernios, componendas, pactos, alianzas o, convenios, en los que se patrocina el parasitismo, se relaja la disciplina, se corrompe el carácter, se mina la autoridad y se degrada la intelectualidad. ¿Otra vez, todo por la plata? ¿Otra vez, derrumbar los principios?
¿Hasta cuándo?
Es el tiempo de la inteligencia. Pensemos responsablemente en el futuro del país. Escribamos entre todos una nueva página en nuestra historia. Estoy seguro de que existe mucha gente en Colombia que es capaz de imaginar, crear y construir una sociedad diferente. Una Colombia con muy buena justicia, sin engaños, sin prácticas ilegales y con oportunidades para todos. Un país más educado, seguro, próspero, equitativo y en paz.