Llegó la época de las canciones navideñas. En las iglesias suenan villancicos desde las tres de la mañana. En las calles los vendedores de discos hacen sonar sus carritos bullangueros a todo volumen, como lo hacen todo el año, pero ahora tocan solo canciones de navidad. Los pocos almacenes de música que aún quedan en la ciudad, sacan sus escandalosos parlantes a la calle, de manera que les despierten las ganas a los transeúntes para que entren al establecimiento y salgan con un montón de discos bajo el brazo, unos de música bailable y otros de villancicos.
Le pregunté a una amiga, hablando de villancicos, qué significaba aquello de “tutaina tuturumá, tutaina tuturumaina”, que tanto cantamos en las novenas de aguinaldos. Me dijo no saberlo, pero que lo investigaría.
A las pocas horas me llamó y me dijo:
Le hice la tarea. Tutaina tuturumá significa lo mismo que Antón tiruliru lero, Antón tirulilulá.
Le di las gracias por tan sabia explicación y me fui a seguir escuchando villancicos, porque ya la novena en la casa estaba comenzando. Y ni el marido ni los hijos podemos llegar tarde, y mucho menos faltar, a la novena del Niño Dios.
Es una costumbre heredada de mis papás y abuelos, por aquello de que familia que reza unida permanece unida.
Pero de verdad hay villancicos que uno no entiende, como aquel de los peces en el rio beben y beben y vuelven a beber por ver al Dios nacido. Lo que se aprovechan son los pescadores que lanzan sus atarrayas y los pobres pescados barrigones de tanta agua que jartaron, caen en manos de los atarrayeros y se quedan con las ganas de ir a ver al Niño recién nacido.
A mí personalmente me gusta aquel de un burrito, que corre para ir hasta Belén, y el dueño lo estimula con el cuento de que ya vamos a llegar. Será por mi ascendencia de arriero, pero es uno de los que más canto.
Me gusta escuchar a los Tucusitos, un grupo venezolano de otras épocas que canta villancicos y gaitas.
Y me gusta la música de Las Mercedes como la Víspera de Año Nuevo y el ron de mi Nola, y arbolito de Navidad.