Se llamaba San Pedro. Pero un día, los mandamases de la política y de la administración resolvieron cambiarle al pueblo el nombre del portero del cielo y en su lugar rendirle homenaje seguramente al Caro de Ocaña, José Eusebio, o al otro Caro, su hijo Miguel Antonio, fundador del glorioso partido de los godos.
Así, lo que antes fue San Pedro, hoy es Villacaro, un pujante municipio, cuyos hijos hablan con el sonsonete de los ocañeros, trabajan de sol a sol y no le tienen miedo ni al diablo.
Los villacarenses viven orgullosos de su terruño y de los grandes hombres que ha dado el pueblo para ponerlos al servicio de Dios y de la patria. Tal es el caso de Lucio Pabón Núñez, político controvertido y gran humanista, cuya cuna se la disputan Villacaro y Convención.
Pero también hay otros personajes de talla grande, como los Cárdenas Yáñez, los Giraldo Gutiérrez, los Ortiz, los Ordóñez, los Celis, los Serranos y muchos otros, cuya lista llenaría varias páginas de este periódico. Como el historiador, docente y abogado Miguel Andrade Yáñez, a quien la colonia de su pueblo mañana le rendirá un homenaje de afecto y gratitud por su aporte a la cultura de Villacaro, de Norte de Santander y de Colombia.
Las colonias de los pueblos sirven para muchas cosas: Para tomar trago, para hacer fiestas, para reencuentros de amigos y de viejos amores, pero también para mantenerse al tanto de lo que sucede en el terruño, para organizar campañas a favor del pueblo y para rendirles tributo a quienes se lo merecen. Sobre todo a quienes están vivos. A los muertos también, pero ya no tiene gracia. Es mejor congratular a los vivos.
Esto me hace acordar de aquel poema que dice: En vida, hermano, en vida. Si quieres decirle a alguien que lo quieres, díselo ya, Si quieres regalarle una flor, no esperes a que muera, dásela ya…
La colonia, pues, de villacarenses y los amigos de Villacaro en Cúcuta, le dirán a Miguel Andrade lo valioso que ha sido para el pueblo y lo orgullosos que se sienten de tenerlo como uno de sus hijos predilectos.
Conocí a Miguel en el Seminario El Dulce Nombre de Ocaña. El año en que yo entré, él recibió sotana, que era la manera de pasar al Seminario Mayor, donde estudiaban filosofía y teología hasta ordenarse de sacerdote. Lo perdí de vista y después lo encontré de secretario de Educación departamental.
Estudió, se preparó, ocupó varios cargos de importancia y se dedicó a la docencia universitaria. Si hubiera querido habría sido un político destacado del departamento, pero Miguel tiene un alma buena y un corazón muy noble como para seguir los pasos de Maquiavelo, donde todo vale para alcanzar cualquier fin político.
Hubiera sido un sacerdote ejemplar, si hubiera seguido en el Seminario, pero entonces la sociedad se habría perdido un hogar maravilloso, como el que formó con su esposa Carmen Alicia Jaimes. Hoy, prácticamente retirado de la vida pública, se dedica por entero a sus libros, sus hijas y sus nietos.
La Academia de Historia de Norte de Santander se vincula a este acto, que mañana se le rinde a Miguel en la Torre del Reloj, a las 4:00 de la tarde. No podía ser menos para alguien que ha sido Miembro correspondiente, Miembro de Número y Presidente de la Academia. Con gusto lo acompañaremos y uniremos nuestra voz a la de su familia y paisanaje para decirle: Felicitaciones, Miguelito, y que tenga larga y fructífera vida.