Según los que saben varios idiomas y el que no saben se lo inventan, adviento es una palabra latina que significa preparación. Yo estudié algo de latín en el seminario El Dulce Nombre, en Ocaña, y aprendí a declinar aquello de nominativo rosa, genitivo rosae, acusativo rosam, pero no es mucho lo que recuerdo de la palabra adviento. Por eso me tocó que acudir a latinistas consagrados como Francisco, el papa, y mi amigo Orlando Clavijo, y los recuerdos de Pedro Cuadro Herrera, quien era bueno para las lenguas.
Adviento significa, pues, preparación para la venida del Salvador, del Niño Jesús. Lo bueno del caso es que todo el mundo se prepara para tan memorable fecha, muchas veces sin saber el significado del latinajo.
Mi abuelo Cleto Ardila, por ejemplo, arriero de profesión y que no sabía leer ni escribir, se preparaba para la gran celebración desde mitad de año. Su adviento comenzaba por allá entre julio y agosto, cuando empezaba a traer para la casa algunas botellas de chirrinche ocañero, o bolegancho, con miras a las fiestas de fin de año. Su adviento no duraba sólo las cuatro semanas que ordena la iglesia, sino varios meses. Con cada viaje traía una botella, de manera que el 24 de diciembre ya el rincón de los tragos, estaba lleno.
Mi mamá, que lavaba y planchaba ropas ajenas, iba ahorrando, centavo a centavo, en su marranito de barro para comprarle a su hijo único, las muditas de Navidad y Año Nuevo. El hijo único era yo y jamás pasé una Navidad sin estreno. Era la preparación o adviento de doña Desideria.
Hoy, así no sepamos latín, todos nos preparamos de la mejor manera para la venida del chiquito Dios. Todos vivimos nuestro adviento. Mi mujer ya anda preparando lo de las hayacas, “para que no nos coja la tarde”, vive diciendo… las hojas de plátano, la cabuya, el lomo y las alitas de pollo, los garbanzos, el maíz, las aceitunas. Su adviento es muy nutrido. El 23 por la noche nos reunimos en el patio, los de la casa y algunos allegados, y entre todos le jalamos a la preparación, envoltura y cocinada de los tamales. Es una costumbre de varios años, con música y algunos guarapillos para quienes pueden alegrarse con el néctar de los dioses. Adviento festivo el que vivimos esa noche hasta la madrugada.
Pero el adviento de ahora nos resulta más costoso. Hay que ir preparando los regalos que se van cumulando debajo del arbolito para destaparlos a la media noche del 24. El celular, la tableta, el bolso, la cadena. Todo para hacer quedar bien al Niño Dios, que es quien nos trae los regalos. Adviento costoso.
Un amigo me hizo llegar una propuesta interesante. Comprar un regalo (una mudita de ropa, un juguete, cualquier cosa,) no importa el valor, y sin nombre alguno. Ese regalo no se abre a la media noche. Con toda seguridad al otro día algún niño o algún necesitado tocará a la puerta pidiendo algo de Navidad. Es el momento de entregarle el regalo que no se abrió. La sonrisa de aquel niño o de aquel necesitado será la mejor recompensa.
Porque el mejor adviento es el que se vive pensando en el prójimo, en el venezolano necesitado, en el niño de la calle, en la madre abandonada, en fin. Ese es el mejor adviento, la mejor preparación. Más que las hayacas, más que el trago y más que la parranda. Alistemos unos pocos pesos para hacer feliz a alguien que necesita de nuestra mano cariñosa. ¡Verdadero adviento navideño!